ANTONIO MARTÍN ORTIZ: EL HACHA Y EL TABACO: Recuerdos de mi infancia. ESCENAS DE LA POST-GUERRA
ANTONIO MARTÍN ORTIZ
EN ESTA POSICIÓN ME HE PASADO LA MAYOR PARTE DE MI VIDA.
AQUÍ Y ASÍ ME TENÉIS.

Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci.
OMNE TVLIT PVNCTVM QVI MISCVIT VTILE DVLCI.
(Q. Horatius Flaccus, Epistula ad Pisones, 343)
Ganó todo mérito el que mezcló lo útil con lo agradable.

VERANO DE 1964 EN SAINT CIERS DU TAILLON [Charente Maritime], Francia

<strong>VERANO DE 1964 EN <em>SAINT CIERS DU TAILLON [Charente Maritime], Francia</em></strong>
Mi padre [R.I.P.], un amigo (Josep Ma. Riba i Armenter [R.I.P.]), mi hermana Simona, yo mismo, mi hermana Rosario,
mi hermano Pepe, mi madre [R.I.P.], otro amigo (Josep Amiell):
PATRI MATRIQVE MEIS IN MEMORIAM: Descansen en Paz los dos juntos
.
"Cuando uno ha perdido a su padre y a su madre, se ha quedado sin referencia al pasado".
(Frase mía, que yo, como bien nacido, les dedico a quienes me dieron la Vida y me abrieron el Camino para ser Feliz)
A mí, lo mismo que a Ovidio (Tristia, I, III, 4):
Labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.
Todavía ahora se me resbala una lágrima de los ojos, los míos.

Recojo y comparto la frase, más optimista, de mi amigo Carlos Hernández, Chacien: ”Lo que en verdad mata es el olvido”.
No es mi caso, porque yo, estas cosas, no las olvido.

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viernes, 7 de enero de 2011

EL HACHA Y EL TABACO:
Recuerdos de mi infancia.
ESCENAS DE LA POST-GUERRA

Patri matrique meis in memoriam
A la memoria de mi padre y de mi madre


Les he dicho que aquí no hay nadie. Eso es lo que les dijo mi padre a los dos Guardias Civiles que se habían presentado en el cortijo. Ellos habían sido debidamente atendidos, como era costumbre y obligación entonces,
por mi madre, que les había puesto una comida hecha con productos del campo, comida que ellos pagaron con un riguroso e insincero Gracias. Ellos llevaban rato insistiendo en hacer un registro de todo el cortijo, por si allí se encontraba escondido algún

maqui. Cuando insistieron definitivamente en hacer un registro, a pesar de la opinión contraria de mi padre, fue cuando él pronunció las palabras mencionadas al principio: el tono fue duro y definitivo, se le cambió el semblante. No había lugar a bromas.

La situación era definitiva, en el sentido que fuese. Su mano derecha, la de mi padre, en un gesto que en apariencia era rutinario, sin premeditación y sin importancia, se dejó caer con firmeza en el mango de un hacha, herramienta de trabajo, que estaba situada, en una mesa, a la altura de sus brazos, como si se apoyase en ella de una forma instintiva.

Pura apariencia: era el lenguaje de un agricultor, endurecido por el trabajo, y que sabía que su vida, y quizá también la de los que había allí, que era mi madre, con sus dos hijos pequeños, uno de los cuales era yo mismo, estaba en juego y en peligro inminente.

Los agentes de la llamada Autoridad lo entendieron todo al momento: no se podía registrar el cortijo, porque, si lo intentaban, sabían perfectamente que, como mínimo a uno de ellos, se le separaría la cabeza del resto del cuerpo: el hacha estaba bien afilada y
mi padre sabía manejarla perfectamente. Además, en momentos decisivos, él no podía permitirse el lujo de estar para bromas.
Eso no lo desconocían ellos. Si tal hubiese sido el caso, seguro que el Guardia que hubiese quedado vivo, si hubiese quedado alguno, cosa dudosa, habría hecho ejercicio de su Autoridad y Prerrogativas y habría cumplido con su deber, es decir, que mi padre habría sido fusilado en el acto.

La cuestión es que los dos Agentes prefirieron salvar su vida a cumplir con su deber. Pronunciaron un Adiós seco y frío, distante y de compromiso, por pura educación, que era lo que no tenían, y se marcharon, con la sensación de quien ha sido vencido o burlado por la fuerza y la razón de quien lo único que pretendía era salvar la vida de todos,
y, si ello no hubiera sido posible, salvar por lo menos la de su familia y la suya, o, en último extremo, la de su familia: su mujer y sus hijos.

Inmediatamente mi padre entró en el pajar y dijo: seguid ahí todavía un rato, hasta que haya desaparecido el peligro del todo.

Eran unas horas después del mediodía, cuando sucedió todo esto. Al cabo de unas dos horas, de entre la paja del pajar salieron dos maquis, con sus correspondientes fusiles cargados y con el seguro quitado: en disposición de ataque, o mejor dicho, de defensa. Su aspecto era un tanto demacrado, por los días que llevaban durmiendo en el monte y
alimentados con productos del campo, recogidos in situ, y alguna que otra comida o cena que les había proporcionado algún campesino, o dicho con rigor, la mujer del campesino.

Se hizo ya de noche y se podía estar en el monte sin peligro alguno de ser detectado por ninguna patrulla de vigilancia. Entonces ellos tomaron la correspondiente cena, que también les preparó mi madre, y, abastecidos de algunas vituallas, se marcharon sigilosamente, hacia el monte, que era donde pasaban la mayor parte de sus horas.

Mi padre era un hombre bueno y valiente. Nosotros vivíamos en un pueblo de alta montaña, donde teníamos una casa pobre, pero bien abastecida de todo lo que necesitábamos: comida, ropa, utensilios de labranza, y un par de cerdos que sacrificábamos para hacer buenas morcillas y salchichones, además de salar y curar los correspondientes jamones y paletillas. Es que nosotros éramos pobres, pero lo llevábamos muy bien: en nuestra casa comía todo el que venía y allí los jamones no se vendían a los ricos, como era costumbre entre la mayoría de los habitantes pobres del pueblo, sino que los consumíamos nosotros mismos.
Había en mi casa una especie de nobleza de espíritu. Nosotros podíamos mirar de frente a cualquiera, y sin bajar la vista. En esa casa pasábamos, ya lo he dicho, los inviernos, que eran muy duros. Cuando hacía mejor tiempo, a partir de la primavera, nos íbamos al cortijo que teníamos en la montaña. Estaba a unas veinte leguas del pueblo. Allí teníamos unos campos que mi padre cultivaba con mucho tesón y con mucho sudor. De los productos que producía el campo sacábamos los suministros para mantenernos todos luego, durante el invierno.

Allí la vida era muy dura, pero yo la recuerdo con alegría. El calor del ambiente familiar es una cosa que no olvidaré nunca. Cuando mi madre sacrificaba algún animal doméstico, como un pollo o un conejo, y lo cocinaba para nosotros, era una fiesta. Entonces desaparecía la austeridad del día a día.
La vida en esas condiciones era muy dura, pero nosotros no la percibíamos como dura, sino como normal, incluso como muy divertida y atractiva.

Mi padre, que era un conocedor experto de los temas agrícolas, plantaba y sembraba de todo lo que el duro terreno admitía: patatas, trigo, cebada, pimientos, tomates, y todo eso. Lo que más le producía el campo era trigo. Del sobrante que no consumíamos vendíamos lo que podíamos, para poder adquirir productos que no producía nuestro campo, y también para disponer de algún dinero, para comprar en las tiendas del pueblo los productos que procedían de la industria incipiente.

También cultivaba otros productos, tan necesarios, pero, en apariencia, menos imprescindibles que, además eran ilegales. Y estaban prohibidos. Él era un fumador de toda la vida, pero, claro, en aquella época y en aquellas condiciones, le era imposible comprar tabaco. Consecuencia de ello fue que él mismo sembró tabaco, escondido entre los campos de trigo, y lo cuidaba con esmero. Había que ser muy listo o tener muy malas intenciones para darse cuenta de que, en medio del trigo, estaban creciendo unas matas de tabaco. Los Guardias Civiles, que, de cuando en cuando, acostumbraban a patrullar por allí, yo no sé ahora, ni antes, si eran una cosa u otra. La realidad es que descubrieron que allí había tabaco escondido y se lo callaron como zorros. No hubo denuncia de por medio, a pesar de que su obligación hubiera sido denunciarlo y confiscar las matas de tabaco, es decir, arrancarlas, u ordenar a mi padre que las arrancase, y destruirlas a continuación. Eso, sin perjuicio de la sanción o multa consiguiente que hubiese habido por cultivar un producto prohibido, porque el único que tenía competencias sobre el tabaco era el Estado.

Claro, por lo que sabíamos todos de su forma de actuar, la intención de los Guardias era esperar a que el tabaco estuviese suficientemente maduro, para hacer, precisamente entonces, la correspondiente denuncia, y, como era de esperar, quedárselo ellos, para consumirlo ellos también, aunque no era esa, ni mucho menos, la Normativa vigente, pero, ya se sabe, en esa época, quienes tenían la Autoridad hacían de ella un uso muy particular. Pues bien, mi padre que no era tonto, ya lo he dicho, conocía perfectamente las ideas y las intenciones de aquellos individuos, a los que tanto miedo se les tenía. Cuando aún faltaban algunos días para que las matas de tabaco estuviesen ya a punto de ser cortadas, mi padre las arrancó de raíz, cortó las hojas y las puso a secar en un lugar bien escondido –el monte no tiene límites ni puertas-, y enterró las raíces en otro lugar diferente, pero muy discreto también: roturó el campo entero, lo que era una actividad normal en un agricultor que cuida su tierra.

Lo esperado por mi padre no tardó en llegar: al día siguiente, la patrulla de la Guardia Civil, los mismos de siempre, se dieron su paseo de vigilancia y se percataron de que ya no había matas de tabaco. Inmediatamente se dirigieron al cortijo y le preguntaron a mi padre dónde estaban las matas de tabaco que habían estado viendo durante bastante tiempo. La contestación de mi padre fue inmediata:

- ¿A qué tabaco se refieren Vds.?
- Al que hemos estado viendo todos los días que hemos pasado por aquí –dijeron ellos-.
- No sé de qué me hablan. Yo jamás he visto tabaco alguno en ninguno de mis campos.
- ¿Cómo se atreve Vd. a negar lo que estamos hartos de ver?
- Les he dicho que aquí no hay ni ha habido ningún tabaco, y, si Vds. lo han visto, ¿por qué no lo han denunciado?

Aquí se acabó la conversación. Ellos se marcharon en silencio, con el aspecto y la apariencia de un Goliat que ha sido vencido por David. Es que aún estaba por nacer el que fuese capaz de darle una lección a mi padre. Y es que la necesidad agudiza la inteligencia. Parecía repetirse aquí el incidente del hacha: hay cosas y circunstancias que, por muy evidentes que sean, no se pueden demostrar, y no conviene a nadie demostrarlas.

Ésa era la vida que se llevaba entonces, una vida que está llena de entrañables incidentes, por muy trágicos que fuesen la mayoría.

A mí, a pesar de mi tierna edad, también me ocurrían cosas. Ahora me río de cuando, un día, sin quererlo ni pretenderlo, atrapé un pequeño pollo entre los goznes de una puerta y el pobre pollo no tuvo otra salida que pasar a la sartén. Fue una lástima, porque el pollo parecía todavía un pájaro, de lo pequeño que era, y así, sólo dio para que comiese uno de la casa. Creo que fui yo el que se benefició de ese sacrificio inesperado. Si hubiese estado vivo unos meses más, habríamos satisfecho nuestras ganas de comer la familia entera, que éramos cuatro. A partir de entonces, un primo mío que vivía en un cortijo bastante lejos del nuestro, cuando se enteró de lo sucedido, empezó a llamarme Matapollos. Para él yo ya no era Paco o Paquillo, por mucho que mi nombre real fuese Francisco, sino El Matapollos, como si yo ya hubiese dejado de ser primo suyo. A él, que se llamaba Antonio y lo llamábamos Antoñillo, a partir de ese momento, yo le puse el mote de Sietecabezas, y con ese mote se quedó el resto de su vida. Tampoco es que yo fuera mala persona, pero a mí no me ha gustado nunca que me tomen el pelo, y, la verdad, mi primo tenía una cabeza que valía por dos, como mínimo.

Pues eso, a lo que iba, porque ahora me he salido un poco del tema, del tema de Los Guardias, Los Civiles, Los Maquis, y todo eso.

Durante la Guerra mi padre no estuvo ni con los Rojos ni con los Nacionales, porque era demasiado joven, como para ir a la Guerra. En realidad fue el único de los cuatro hermanos varones que eran, que no fue al Frente. También en esto demostró tener una inteligencia superdotada. En un interrogatorio al que fue sometido para averiguar su edad, con el fin de saber quiénes tenían que alistarse para ir al Frente, él se quitó un par de años, y eso lo salvó de morir entre balas. Pero, en realidad, él simpatizaba con los Republicanos, a los que los insurrectos llamaban Rojos, en tono despectivo. Me digo yo que eso de Rojos sería por lo de los Rusos, o la Unión Soviética, que los apoyaba y les suministraba hombres y recursos. Luego, con el paso del tiempo, me di cuenta de que mi padre era un Comunista convencido, con una ideología bien definida. Él, durante la Guerra, salvó la vida como pudo, y ayudó a todos los familiares que fueron hechos prisioneros después de la Guerra.

Cuando se acabó la Guerra, el monte donde nosotros teníamos el cortijo se llenó de maquis, y, claro, mi padre les daba cobijo y mi madre les daba manutención. Todas las noches pasaban por nuestro cortijo un buen número de maquis, que, después de cenar y asearse, tenían que marcharse al monte, para mayor seguridad de todos. También esto lo sospechaba la Guardia Civil, y por eso eran habituales sus visitas al cortijo para interrogar a mi padre, por si había visto algún maqui.

Entonces mi padre tenía que navegar entre dos aguas: darles de comer a la Guardia Civil, con la obligación implícita de informarles de todo lo que ocurría y veía en el monte, cosa que, por supuesto, no hacía, porque él jamás ha sido ni un traicionero ni un chivato; y, por otra parte, atendía muy gustosamente a los maquis que venían al cortijo para pedir auxilio. Mi padre era un hombre valiente y con una ideología bien definida.

Claro, como no todo iban a ser dificultades, el cortijo tenía una ventaja estratégica, al estar situado en las faldas de Sierra Nevada: si venía alguna patrulla de vigilancia, cosa que solían hacer con bastante frecuencia, para limpiar el monte de maquis, mi padre podía percatarse de ello una o dos horas antes de que llegasen al cortijo, porque se conocía como nadie el terreno que lo había visto nacer, y conocía perfectamente los caminos y desfiladeros por los que necesariamente tenían que pasar. Hasta yo mismo recuerdo haber estado alguna vez en mi puesto de vigilancia por si venía algún Guardia Civil.

Era ésta la vida que se llevaba en los cortijos, la mayoría, enclavados en los montes de Sierra Nevada: había que comportarse con la Autoridad, denunciando a cualquier maqui que se viese, cosa que mi padre nunca hizo, y era un deber comportarse de la mejor forma con quienes estaban necesitados y tenían la misma ideología que uno.

El que no se atenía a estas normas de comportamiento estaba poniendo en peligro su propia vida y la de los suyos. Eran cosas con las que no se podía bromear.

Éstas son cosas que ocurrían entonces, y de las que yo tenía un vago recuerdo, dada mi corta edad cuando ocurrían. Mi padre murió muy prematuramente, de muerte natural, sí, pero de forma inesperada e injusta: así es la vida. Cuando aún no había llegado a los cincuenta, de repente, se apoderó de él un cáncer que, entonces, era incurable. Tardó sólo unos meses en dejarnos definitivamente a todos. Ahí quedó mi madre, una mujer valiente, que supo sacarnos adelante a los dos hijos. A ella le gustaba mucho explicar historias de antaño.

Cuando se ponía a relatar, no había quien la frenara. Yo disfrutaba mucho escuchándola y, con sus explicaciones y sus largas conversaciones, he recompuesto mi infancia que, por el tiempo transcurrido, era para mí como una nebulosa en la que los recuerdos no se mostraban nítidamente, sino que estaban todos como difuminados.

Gracias a ella, he conseguido recomponer lo que pasó en mi infancia que no, por difícil, fue menos atractiva. Lo que acabáis de leer es el homenaje que les rindo a los dos, a mi madre y a mi padre, porque de bien nacidos es ser agradecidos, y yo soy un bien nacido.

31 comentarios:

J. Rogelio Rodríguez dijo...

Estimado Don Antonio.

Resulta de agradecer que, en la época que nos ha tocado vivir, aparezcan relatos como el suyo, como éste que nos ha regalado, en el que no existe un ápice de resentimiento ni de denuncia revanchista, aún a pesar del contexto terrible que nos describe.

Es la época que nos toca vivir, en la que ciertos mequetrefes morales se pasan la vida perdonándonosla a quienes no pensamos "exactamente" como piensan ellos. En la que tenemos que aguantar a toda una calaña impresentable de personajillos que siguen erre que erre insultándonos a todos aquellos que no comulgamos en sus liturgias proges.

De todo lo que ha escrito hoy usted en esta impagable entrada, me quedo con el párrafo en el que describe que su padre, toda su familia miraban de frente. Como miran la gente de bien, aquella que se niega a aceptra lo que no es aceptable.

Hoy estos comportamientos resultabn rara avis en esta época mezquina en la que se premia a los pelotas y se ensalza el valor del chivataza. Qué nausea.

UN fuerte abrazo, amigo mío.

(Nota: he pretendido copiar un párrafo de su entrada, para entrecomillarlo en mi comentario. Digo esto porque me ha salido un mensaje de protección que me ha impedido hacer la operación).

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Don Rogelio,

Muchas gracias por el exquisito comentario que ha dejado en mi blog sobre El Hacha y el Tabaco. En relación al hecho de que el botón derecho no funciona en mi blog, si Vd. lo desea, me da por correo electrónico, que aparece en mi perfil, el suyo, y yo le envío en formato de WORD el texto completo de la ENTRADA.

En relación a su texto sobre Stravinsky, ya hice el comentario correspondiente en el Blog Revista de Don Alfredo.

Ahora sólo me queda insistir en la sublime sensibilidad que tiene Vd. para la música, y la gran aportación que hace con sus textos para todos los que nos emocionamos ante unos sonidos celestiales.

Y también le digo que Stravinsky está gustándome. Después de sus anotaciones, ya lo estoy descubriendo.

Reciba Vd. un gran abrazo,

Antonio

Rosario Martín dijo...

Fueron pocos los años que tuve el privilegio de aprender y de disfrutar de mi padre. Él era un hombre entero y listo y de muchos amigos. La vida fue generosa con la larga vida de mi madre, y sigue siendo halagadora por disfrutar de mis dos hermanos y de mi hermana. Suscribo esa frase que dice “es de bien nacidos ser agradecidos”. Así soy yo con la familia de la cual formo parte, agradecida y orgullosa de llevar los genes de los Martín y de los Ortiz: de los Martín he heredado la forma de vivir de una manera inteligente, a ser ciudadana del mundo; de los Ortiz aprendí a arropar con cariño a los demás y dejar que afloren, desde lo más profundo, sentimientos que ennoblecen lo esencial del ser humano. Ellos nos enseñaron a sonreír, que no cuesta esfuerzo alguno y aporta felicidad por el simple hecho de hacerlo. Mis padres nos dieron la vida y nos enseñaron a vivirla con dignidad, mirando al frente, sin pisar a nadie, ni dejarse pisar, valorando todo aprendizaje que conlleve a sentirse mejor persona cada día y mostrarse ante los demás con la mejor sonrisa, como gesto de agradecimiento.
Antonio, te doy las gracias por ese retazo de algunos aspectos de nuestros padres: así eran ellos, así nos dejaron sus mejores genes, así vivimos con el orgullo de ser sus hijos, y así valoramos y disfrutamos de ser hermanos. Así, los demás resaltan nuestra unión y capacidad de ayudarnos entre nosotros, siendo, al mismo tiempo, independientes unos de otros.
Rosario Martín Ortiz
(La “Benjamina” de quienes aparecemos en la fotografía familiar)

RITMO RANCIO dijo...

Estimado D. Antonio:

Ante todo esperamos que se encuentre en plena forma para acometer el nuevo año con el entusiasmo, el gracejo y la sabiduría que le caracteriza.
Y no vamos desencaminados, después de leer el relato que nos regala, en este inicio de trimestre.

Como bien dice D. Rogelio, es muy inesperado encontrar testimonios sin resentimiento, que lleguen y emocionen y dejen traslucir la grandeza de quien los escribe.

Este relato suyo evoca vocablos, quizás olvidados, quizás denostados: Valentía, Honradez, Coraje, Honor, Agradecimiento, Coherencia, Esfuerzo.
Todo un elenco de valores que nos señala y que sería preciso recuperar, para bien de todos.

Enhorabuena D. Antonio. Reciba un fuerte abrazo de sus amigos deRitmo Rancio.

María dijo...

Recuerdo mucho a mi padre, cuando siempre me contaba, a mí y a mis hermanos, historias de la mili o de su niñez, cuánto me gustaría que estuviera vivo para poder escucharle detenidamente, cuando antes de pequeña quizá no le hubiera prestado la debida atención que se merecía, ahora al pensarlo siento nostalgia, y cuánto daría por cambiar algunos errores cometidos en mi pasado.

Gracias Antonio, por traernos este post.

Un beso.

Chacien dijo...

Muy interesante el relato de aquellos tiempos, amigo Franc... Perdón, ¿qué estoy diciendo? Quiero decir, amigo Antonio (¿o es Francisco?). Tiene usted que aclararme el asunto este de su nombre, porque el texto está escrito en primera persona, en el personal estilo que usted tiene y que todos conocemos y en él dice llamarse Francisco, alias Matapollos, y esto no me cuadra... ¿o es que está asumiendo la personalidad de algún hermano suyo o acaso de algún personaje de ficción?

Mi padre también me ha contado anécdotas sobre la prepotencia y el abuso de autoridad de la Guardia Civil de entonces, incluso se da la circunstancia de que alguna vez, de jovencillo, le dejaran un recuerdo, marca de la casa, en forma de sonora bofetada, y ello por una insignificancia.

Sin ánimo de ofender, por último, y sin quitar ni un átomo al mérito y al valor que atesoraba en su corazón su señor padre, opino que los guardias que no se atrevieron a registrar el cortijo al poner su progenitor la mano sobre el hacha, era, tal vez, porque dicho gesto evidenciaba la auténtica presencia de los maquis, de modo que a lo que en verdad temían era a entrar en el pajar y encontrase a estos con "sus correspondientes fusiles cargados y con el seguro quitado", pues no me negará que produce más miedo el enemigo presumiblemente emboscado y armado con fusiles que no se ve que el humilde granjero armado con un hacha y mirada fulminante al que se podría abatir de un disparo con sólo volver las armas contra él en cuanto se se hubieran apartado lo suficiente. Conclusión: su padre tuvo un valor casi temerario al plantarles cara y la enorme fortuna de que los guardias tuvieran más aprecio por su vida que ganas de arriesgarla en el cumplimiento de su deber. Es propio de espíritus mezquinos dárselas de valientes con mujeres, ancianos, niños y hombres indefensos y batirse en retirada o hacer la vista gorda en ocasiones de auténtico peligro. ¿No cree usted que este podría ser el caso?

Gracias por compartir estos recuerdos, y un saludo muy entrañable.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Don Carlos Hernández, Chacien,

Muchísimas gracias por la lectura tan profunda que ha hecho del texto que yo he presentado. Vd. se ha percatado de algún detalle que se me había escapado a mí mismo, que viví los hechos relatados en propia carne, aunque sin ser consciente, por mi escasa edad entonces, de la gravedad y lo trágico de los mismos. Los hechos son tan reales como la vida misma: lo único que pasa es que algún nombre ha sido cambiado. El tal Francisco no existe. Su nombre real es Antonio. El nombre de mi primo tampoco es el auténtico, pero la historia es real.

No me había percatado yo del miedo que les pudieran tener los Guardias Civiles a los maquis escondidos en el pajar, pero hubiera podido suceder perfectamente lo que Vd. indica. En cuanto al gesto de mi padre, dejando caer la mano encima del hacha, opino que no se podía actuar contra él por parte de la Guardia Civil, porque el gesto admitía dos interpretaciones: una, que era un gesto espontáneo y sin intenciones, y otra, como un aviso de lo que podría pasar. En esas condiciones la Guardia Civil no podía actuar contra mi padre, ni hacer uso de sus armas reglamentarias. Lo que ellos sabían, o intuían, es que, si se encaminaban hacia el pajar, en el caso de que efectivamente estuviesen, como estaban allí, los maquis escondidos, antes de la muerte segura de mi padre, el hacha hubiera hecho su función.

Creo yo que lo que funcionó en la mente de los Guardias Civiles fue el Instinto de Conservación del Individuo: prefirieron cerrar los ojos y no darse por enterados, antes que arriesgar su vida por el cumplimiento de su Deber.

Mi padre demostró tener el honor y la dignidad, y también la valentía, suficientes para esquivar la situación, y hay que decir también, en honor a los Guardias Civiles, que tuvieron la Inteligencia suficiente para salvar sus vidas. Incluso podríamos interpretar que los Guardias Civiles se limitaban a cumplir con su Deber, el Deber que les imponían sus Superiores, y optaron por la sensata actitud de no hacer de su Autoridad un uso desproporcionado. ¡Vaya Vd. a saber!

Entiéndase lo anteriormente dicho como un reconocimiento de las difíciles circunstancias de aquellos momentos, de la valentía y el honor de mi padre, y, ¿por qué no?, también del reconocimiento de la Dignidad de aquellos pobres funcionarios del Régimen que no tenían otra opción que obedecer a sus Superiores.

Entiendo finalmente, Don Carlos, que este relato le haya interesado especialmente, porque los hechos se sitúan, más o menos, en la misma época que la que tan maravillosamente se describe en EL ZAGALILLO, el libro que escribió su padre, Don Serapio.

Reciba Vd., Don Carlos, un afectuoso y cordial saludo, que ruego haga extensivo a su padre, Don Serapio, y a su madre, la de Vd., y esposa de Don Serapio.

Antonio Martín Ortiz

maestro 1989 dijo...

Gracias,Antonio,por acercarnos el mundo griego y latino a los que somos de "Ciencias".
Trabajé,de maestro de escuela,en Pampaneira (Granada),en la década de los 70,del siglo pasado,y subía con frecuencia a Trevélez (tu pueblo),a beber vino y comer el famoso jamón.
Cuenta con mi admiración.
Juan Ortiz F.

Javier dijo...

Enhorabuena, Antonio, por tan estupendo artículo. Ciertamente las vivencias bélicas y, sobre todo, las de posguerra, son tan dramáticas que su recuerdo debería permaneceer imborrable a través de las generaciones. Hoy, sin embargo, son otros los intereses, tanto de la clase política como de la juventud y, sobre todo, de las mesocracias.

Mi padre, que también era comunista, sí tuvo que luchar en la guerra, pero sobrevivió, y pobre y albañil, aún tuvo fuerzas para engendrar nueve lebreles. Nuestra pobreza no daba ni siquiera para un pobre cortijo, ni mucho menos tierras de labranza. Hacinada en míseras viviendas urbanas, la familia salía adelante gracias al trabajo de mi padre, a la generosidad de los vecinos y a la ayuda de los señores en cuya casa servía mi madre, que cambiaban jornal y cotización por limosnas y ropa usada.

Con el tiempo, las familias se olvidan de sus orígenes, y el hecho de disfrutar ahora, aparentemente, de cierto nivel adquisitivo, les induce a pensar que son mejores, que han logrado objetivos, que han satisfecho aspiraciones...

Mis mejores deseos y un abrazo.

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Hola, Antonio, cielo, disculpa mi demora, estos días no dispongo de mucho tiempo y siempre tengo lecturas de seguidores con los que me gusta ser agradecida.

Acabo de leer esta historia de tu infancia y te diré que mi abuelo materno, que era uno de los mejores hombres que he conocido,(no es porque fuese mi abuelo), colaboró activamente con los maquis, movimiento que perduró durante muchos años, sobre todo, en tu Andalucía natal y en mi Asturias. Y te diré que mi abuelo era un pobre campesino y herrero, que había emigrado de muy joven a Argentina, donde tuvo familia, mujer y dos hijos que se llevó la tuberculosis, regresó a su pueblo asturiano y fundó otra familia, y con su nueva mujer y cuatro hijas pequeñas, le llegó la guerra. Durante la misma, le hicieron el famoso "paseíllo", por envidias vecinales, porque entonces él no militaba en ningún partido ni movimiento político. Le sacaron en plena noche e intentaron asesinarle a culatazos de fusil, (para no desperdiciar munición), en el cementerio del pueblo, junto a otros infortunados como él. Si bien mi abuelo logró sobrevivir, le dieron por muerto cuando no lo estaba y a la mañana siguiente mi abuela lo encontró aún con vida y pudo llevárselo a casa y curarle. Desde entonces sí tomó partido en la contienda y finalizada ésta, colaboró con maquis que operaban en la zona y siempre se sintió muy orgulloso de ello.

Esta historia que nos has relatado sobre tu padre y tu infancia, me ha traído a la memoria todos esos recuerdos que mi abuelo me había contado y no sabes lo feliz que me has hecho al hacérmelos recordar.

Un abrazo fuerte, Antonio y... ¡salud, camarada!

Aristos Veyrud dijo...

Honor al camarada de su padre y a la generosidad de su madre amigo Antonio. Es el ejemplo el mejor sembrador de valores, valores sobre los que hoy reposa la esperanza del mundo y de lo humano.
Conmovedor y hermoso relato.
Mis saludos!!!

Isabel Barceló Chico dijo...

Esta es una entrada en la que he encontrado, más que en ninguna otra, a un Antonio que se muestra descarnadamente, emocionado al evocar a su padre y su bonomía. Trasluces admiración por él, afecto y yo diría que hasta reverencia. Así debe ser. Tiene que ser para tí un gran orgullo poder decir que tu padre siempre fue hombre honesto, comprometido, valiente y astuto para enfrentarse a esa "autoridad" sin ceder nada ni perderse... Era muy inteligente, de eso no me cabe duda. Debió ser también muy emocionante escuchar de labios de tu madre todas estas explicaciones.
En cuanto a la percepción de la infancia como una etapa hermosa, pese a la dureza de la vida cotidiana, te doy la razón: había entonces muchas cosas, un calor familiar y humano, que compensaba sobradamente la falta de comodidades y era, sin duda, muchísimo mejor.
Un abrazo, querido amigo.

Claudia AB dijo...

Volver a una época en la que pasaron ciertas cosas, es como un peregrinaje en lo más profundo de uno.

En este texto, no sólo se percibe el paisaje pero también el clima, la atmósfera y la emoción.

De los recuerdos de infancia, sólo nos queda lo que haya tenido que ver con la emoción desmesurada, alegría, paz intensa, miedo, tristeza, soledad o sufrimiento.

Mi infancia es de otra época, y de otro continente. Y si vuelvo a los 6-8 años sólo sé que tengo miedo. Es cómo si los juegos con los vecinitos de barrio hubieran desaparecido y sólo recuerde, el hablar bajito porque las paredes también tenían oídos, el miedo que fusilen a mi padre, preso e incomunicado, las visitas a la cárcel, la familia de derecha, la familia de izquierda...Bueno todo destino y toda experiencia es única, no es que sea mejor o peor, es la tuya y es eso lo que la hace particular.

Encuentro bello tu texto, tal vez porque pese a la situación difícil dentro de un contexto bélico, hay un sentimiento de fuerza que se desprende dónde se mezcla coraje, admiración, e ingeniosidad . La casona, la familia, los hermanos, todos en un mismo bloque. Cada uno tendrá recuerdos distintos, desde luego.

Excelente testimonio.

Saludos de no muy lejos.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga Claudia AB,

El texto que publicas, RAZONES NO FALTAN es muy intenso. Efectivamente, la Felicidad sólo es para vivirla. Es la tristeza y la tragedia lo que da para escribir mucho: es como si fuese una válvula de escape. Decía Beethoven que Sin la música, no podría vivir, Él que, en su sordera, compuso las obras más maravillosas, producto de la Tragedia de su propia carencia.

Me ha gustado mucho la profundidad con la que analizas mi texto sobre EL HACHA Y EL TABACO.

Pienso que son muchas las cosas que compartimos, por lo menos a nivel de recuerdo, y, en cierta forma, mi texto tiene mucha relación con el tuyo.

Un abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigos de RITMO RANCIO,

Igualmente yo les deseo a Vds. la mayor Felicidad para 2011. Tengo que decirles que me he sentido gratamente afectado por esas palabras como valor, valentía, honradez, etc. que Vds. destacan de mi texto. No había yo caído antes en la cuenta de todo lo que puede representar este texto, pero tengo que reconocer que es verdad:

Todos esos Valores que Vds. citan existieron, y siguen existiendo, en las personas por las que corre sangre de nuestra familia, los descendientes de mi padre y mi madre, que en paz descansan ya.

Reciban todos Vds. un afectuoso abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga María,

Esa nostalgia y ese recuerdo que manifiestas sobre tu padre dice mucho de tu capacidad de Amor y Agradecimiento hacia quien te dio la vida. No tienes que arrepentirte de nada: cuando uno es niño, se comporta como niño, y el pasado, pasado está. Lo importante es el presente y tú en el presente guardas un recuerdo vivo y cariñoso de tu padre, lo que significa que tu padre está vivo en tu corazón, que es lo importante.

Te envío un abrazo solidario.

Antonio

María dijo...

Gracias Antonio, por haber tenido el detalle de haberme llevado a mi rincón, la respuesta a mi comentario que aquí también dejaste para que yo no tuviera que volver a tu blog, pero tenía que hacerlo, para darte las gracias por ello, y sobre todo, por tus bellas palabras y comentario dejado allí, haber leído que te encanta leerme por mi sencillez y transparencia de mis ideas, es para mí, como darme un impulso para seguir escribiendo, me han hecho mucho bien tus palabras, no te imaginas CUÁNTO te lo agradezco.

Mil gracias, de verdad.

Un beso.

Mar dijo...

Es impresionante la historia que relatas...

He ido metiéndome en ella letra tras letra, palabra tras palabras, y se me ha hecho corta porque quería (y necesitaba) saber más y más...

Tuve la desgracia de perder a mi padre cuando yo tenía 18 años y sólo nos contaba anécdotas de la guerra una tía de él. Siempre terminaba diciendo cómo habían cambiado los tiempos.

Me gusta como escribes.
Volveré a visitarte.

Un saludo.

Antonio E. dijo...

Emocionantes vidas relatadas, para que no se pierdan, sí, aunque ahora se rían los jóvenes de las batallitas. Incluso en los jóvenes narradores, autollamados "nocilleros", se observa la displicencia con que tratan los argumentos de la narrativa tradicional; en esta se ven obras tan prodigiosas como el libro de relatos de Alberto Méndez, "Los girasoles ciegos" (historias punzantes y magistralmente escritas acerca de los años de plomo),se lo recomiendo vivamente,pero no vea la peli, que es muy mala.

Saludos.

Old Nick dijo...

Querido Amigo, Don Antonio.
Ya me imaginaba yo, que un Hombre de Tus Prendas, Sería Algo Más que un "Pasable Escritor".
No se te nota Efectivamente, Resquemor ni Revanchismo.
Muy Bien Escrito.
Ver y Comprender Friamente una Epoca donde Hideputas y Chivatillos Interesados, no dudaban en Enviar a la Cárcel o al Cementerio o la Cuneta, a Personas Honradas, mientras se "Escaqueaban de los Frentes de Lucha", te Honra.
Un Cordial saludo
y ¡¡RIAU RIAU!!

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Maestro 1989, Juan Ortiz F.,

Leer tu comentario ha sido para mí como reencontrarme en mi tierra. De buen seguro que compartimos muchas cosas. Y, encima, ambos somos Ortiz. Igual resulta que somos parientes cercanos al compartir el apellido Ortiz.

Me haría mucha ilusión que me dieses algún dato más tuyo, porque tu perfil no está disponible, y creo yo que los Ortiz de La Alpujarra somos todos parientes.

A mí también me encanta Pampaneira, Capileira y Bubión: es de lo más bonito de toda La Alpujarra.

Te envío un afectuoso saludo, consanguíneo mío.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Javier,

Me ha encantado tu comentario, que comparto al cien por cien. Sé perfectamente cuáles son las vivencias que me explicas, porque todas esas mismas las he vivido yo de cerca, y en propia carne. Los que hemos pasado por esos trances tenemos la nobleza de poder decir que lo que tenemos ahora nos lo hemos ganado con nuestro esfuerzo y nuestra Nobleza de Espíritu. Eso nos hace más grandes antes los demás.

Yo te puedo afirmar que estoy muy orgulloso de la vida que llevaron mi padre y mi madre, y, por supuesto, también de la que he llevado y llevo yo.

De mi infancia guardo los mejores recuerdos, porque las dificultades vividas le hacen a uno crecer en dignidad y también en Felicidad.

Te envío un fraternal abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga Mayte DALIANEGRA,

Me perdonarás también tú, un poco a mí, la tardanza en contestarte, pero es lo que pasa siempre, que uno no dispone más que de un tiempo limitado para estos quehaceres. Es tremenda y enternecedora la historia que explicas de tu abuelo: cosas como ésa las he vivido también yo en mi propia familia. Ya se sabe: la Post-Guerra fue terrible para los leales al Gobierno de la República.

Recordar esos hechos es el tributo que les debemos a quienes tanto sufrieron y, como bien dice el refrán, de bien nacidos es ser agradecidos, y, por lo que veo, tú y yo lo somos con gran dignidad. Creo que, al explicarnos estas cosas, nos sentimos más próximos de quienes son nuestros amigos y nuestros hermanos de Espíritu, como es nuestro caso.

Te felicito por tu nobleza y tu grandeza y por la capacidad que tienes de recordar lo que de verdad vale la pena.

Te envío un fuerte y entrañable abrazo, amiga y camarada.

Antonio

Nazaríes dijo...

D.Antonio solo una cosa..me ha encantado.


Usted tenía que adorar a su padres, seguro que siempre ha sido un buen hijo.

Un abrazo D.Antonio,

elena clásica dijo...

Mi querido Antonio:

Esta es una de esas historias que conmueven por la nobleza de sus protagonistas, los Martín y los Ortiz. Y lo que es más por la autenticidad de los mismos.

Vivimos en un mundo cruel, brutal, plagado de hipócritas, mezquinos, arribistas al amparo de un medro egoísta y exento de escrúpulos. Eso sí, no se nos olvide, que en las situaciones de verdadero peligro aflora el interior de cada uno. Y, personas, capaces de mirar a los ojos sin miedo a la autoridad, poniendo la mano sobre el hacha campesina, son las que han hecho y siguen haciendo de este mundo un mundo mejor, donde anidan seres humanos "de cuerpo entero", para los que la palabra "valor" y su plural "valores", no están vacías de contenido. En ello les ha ido su vida y con su ejemplo nos han criado.

Emocionante retrato de la valentía y de la dignidad de una familia, de la nobleza de un puchero que no se le escatima a nadie y de un espacio humano compartido por otros seres humanos que lo necesitaban.

Me ha emocionado profundamente. También el testimonio de Rosario.

Un gran abrazo y enhorabuena por el sol de Sierra Nevada tan cálidamente recibido por una mente que ilumina a los demás, la tuya, amigo.

Un beso gigante.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Muchas gracias, amigo Dilman, por el comentario tan elogioso que haces a nuestra experiencia vital. Tienes razón en todo lo que dices. Hay que tener en cuenta que una opinión como la tuya, la de un hombre sensato y bien documentado, con amplios conocimientos, da Fe de que todo lo que pasó valió la pena.

Te envío un gran abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Muchas gracias, amiga Isabel Romana, Isabel Barceló, por el comentario tan entrañable que haces al referirte a mi familia. De buen seguro que la lectura de tu comentario me ha situado en el mundo real, el de los auténticos valores, en el respeto y la admiración por quienes nos dieron la vida, y, por extensión, por todos los que nos superan en edad, cosa que últimamente está muy poco de moda, para desgracia de todos.

Te envío un cariñoso y afectuoso abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga Mar,

Ya veo que compartimos emociones y vivencias. A mí también me ocurrió algo semajante a lo tuyo: yo perdía a mi padre a los 19 años y era un hermano suyo, tío mío, el que me explicaba las historias que no conocía mi madre, o no se acordaba de ellas, porque mi tío había siempre vivido en muchas circunstancias al lado de mi padre, y de él lo conocía todo.

Es un placer comunicarse con personas que comparten los sentimientos de uno mismo, como es nuestro caso.

Te envío, amiga Mar, un gran abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Antonio E.,

Muchas gracias por la información que me da sobre Los girasoles ciegos. Tengo que reconocer que desconocía hasta ahora el libro y la película, pero, con su información, he llegado a la conclusión de que vale la pena leer el libro. Ya procuraré que alguien me lo regale, y, si no lo consigo, yo mismo me lo compraré.

Le envío un afectuoso abrazo,

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo y Primno Don Old Nick,

Como Vd. puede imaginarse, su comentario me ha llenado de alegría y satisfacción, porque recibir la aprobación, en lo escrito y en lo vivido, por un hombre de su categoría y sus conocimientos, a los que hay que añadir el sentido común, y el gran Arte de la Visión Satírica de la Realidad, pues eso, que recibir su aprobación en todo esto es el mayuor galardón que puedo esperarme.

Y, encima, Vd., que es un Genio en el Arte de la Escritura, me dice que escribo bien. ¿Qué más le puedo yo pedir a los dioses olímpicos? Bien poca cosa: en todo caso, que consigan que las diosas todas también se pongan a mi favor.

Le envío el más afectuoso de los saludos, Don Old Nick.

Luego me traslado a su , para pasar un rato agradable y enriquecer mi mente.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga Elena Pascual, Elena Clásica,

No tengo más que palabras de agradecimiento sincero a la interpretación que has hecho de mi texto, que es tan real como la vida misma. Tú elevas a la categoría de heroico lo que todos nosotros vivimos hace ya algunos años. Tienes la grandeza de quien es capaz de sacar lo bueno y lo noble de cada situación. Eso te engrandece más todavía. Me siento más que orgulloso de lo que he vivido y más todavía de verlo confirmado por tus palabras. Lo que bien pudiera haberse quedado en una anécdota desconocida y sin interés para los demás, cobra con tus palabras la categoría de esencia elemental de algo que se vivió de una forma limpia, noble, heroica, si quieres, pero, por encima de todo, haciendo valer los auténticos valores: la honradez, la valentía, la nobleza, la esencia de los humildes.

Te lo vuelvo a decir: estoy más que orgulloso de leer lo que tú escribes, y la forma como lo has interpretado todo. Dicho y escrito sea todo In memoriam de quienes me lo dieron todo, mi padre y mi madre, que en paz descansan ahora.

Te envío un profundo reconocimiento y un fuerte abrazo,

Antonio