Miles de cuerpos volaban en cenizas sobre las chimeneas de los hornos crematorios. Pero, los recién llegados aún no sabían que su destino era cubrir de hollín los bosques cercanos, sucios, de un verde envilecido por el tizne humano. Era una cálida noche del mes de agosto en el campo de Auschwitz-Birkenau (1).
Los reflectores arrancaban destellos azules de los raíles, las alambradas y las insignias plateadas de los SS (2). El tren silbó acercándose bajo la luna y se detuvo chirriando entre los gritos de los soldados. ¡Schnell, raus, raus! (3). Los ocupantes de los vagones de ganado descendieron atropelladamente. Los hombres y niños, por la izquierda, las mujeres por el otro lado. Entre insultos y golpes se formaron columnas vigiladas por soldados con ametralladoras. Las órdenes restallaban en la oscuridad rasgada por los focos que giraban sin sentido, malgastándose en la noche.
(Alfredo García Francés:
La Noche de los Gitanos
Fragmento del Primer Capítulo)