Y si Cicerón, el que más entendía de Oratoria en Roma, hubiese leído lo que escribe nuestra Elena, de buen seguro que le habría dirigido sus alabanzas, lo mismo que se las dirigió a Cornelia, la madre de los hermanos Gracos, los dos únicos que llegaron a edad adulta de entre los doce que dio a luz, esos dos grandes oradores Romanos que, desafortunadamente, fueron quitados de en medio de forma violenta por sus oponentes políticos. No sigo escribiendo, aunque ya me gustaría, porque ahora el protagonismo lo tiene mi amiga Elena, no yo. Aquí tenéis sus palabras. No hacen falta más comentarios ni prólogos. Muchísimas gracias, mi querida Elena, por tu generosidad, por tu grandeza, por tu inspiración, por tu elegancia, por tu sabiduría, por tu dominio de la Lengua: por todo.
Julio Romero de Torres: NARANJAS Y LIMONES
Imagen tomada de ELENA CLÁSICA
"Mi queridísimo Antonio:
es un placer continuar por este recorrido Horaciano, por el recordatorio del concepto literario de la literatura romana, por la veracidad de las ideas, que más próximas nos parecen que nunca. Y, especialmente, por la valentía tuya de revisar los testimonios artísticos que no merecieron censura entonces y, gracias a ti, tampoco la merecen ahora, por estos lares poéticos de tu bitácora. Inaquia, Amintas de Cos, Horacio, Catulo, Lesbia, Clodia: qué universo tan particular crearon estos nombres en nuestra Roma clásica, y de qué manera hacen trascender los sentimientos y las historias domésticas de hace siglos, pues podría parecer que nos los vamos a encontrar de un momento a otro, injuriándose unos a otros, o quizás más bien amándose y destrozando otro nombre sólo por la inseguridad producida por los celos, ante otro amante más grato.
En este caso, Horacio lleva a cabo un ejercicio literario de primer orden, pues introduce el diálogo imaginario con esta mujer denostada, pero es precisamente en la supuesta réplica de ella, "con crueles palabras", cuando Horacio parece afectado por su rechazo, a favor del mencionado Amintas de Cos. Mientras, por los comentarios con las amigas, parece que Horacio le teme a la desidia de esta mujer hacia él.
No nos engañas, Horacio, con esas terribles palabras hacia esta mujer poderosa, que gustaba de maquillarse y que igualmente perdía el colorete en el acto amatorio, pues ello parece ofrecerte un viaje hacia el Olimpo. ¿Por qué, si no, lo primero de lo que presumes es de que ella está celosa de Inaquia? ¿Por qué calificas de "crueles" sus palabras, cuando te jactas de no sentirte atraído ante tamañas cualidades sensuales relatadas? ¿No sería, pues, que no era tan terrible su retrato, sino que tu miedo ante el fracaso te haga hablar en esos términos? ¿Por qué te explayas en esa visión viril de Amintas de Cos en boca de nuestra musa, y te hiere cruelmente? ¿Por qué, Horacio, imaginas que ella demanda tu presencia y clama contra tu desdén?
¿Qué poderoso influjo femenino y sensual ejercía la dama para hacer nacer el delirio de la poesía en boca de Horacio? Un prodigio, como siempre, el poema de Horacio, pues está exento de palabras artificiales y admitidas "por el buen gusto". Suscribo, querido Antonio, el BUEN GUSTO de difundir las palabras de los gigantes clásicos, en las que bulle el amor auténtico, la pasión arrolladora, los miedos del temor al rechazo y a la comparación, pues son constantes universales del corazón humano, y en ellos nos sentimos identificados y estallamos de placer ante la confesión irreverente, que parece quizás ocultar la atracción magnética de esta musa, que sigue dando que hablar y ocupando nuestras mentes y nuestras almas. ¿Es cierto, por otra parte, que los antiguos romanos consideraban el hígado como el órgano receptor de sentimientos, así como nosotros hoy en día hablamos del corazón en estos términos?
Muchas gracias, Antonio, por brindarnos nuevamente un pedazo de vida en llamas. Qué grandeza que en este blog encontremos tanta autenticidad, belleza, y versos estremecedores. Nunca podré agradecerte tus dedicatorias y tu apoyo suficientemente.
Un besazo, Antonio querido, de tu admiradora Ἑλένη".