ANTONIO MARTÍN ORTIZ: El austero Marco Porcio Catón El Viejo se opone enérgicamente a la derogación de la LEX OPPIA que ponía coto a los gastos suntuosos de las mujeres
ANTONIO MARTÍN ORTIZ
EN ESTA POSICIÓN ME HE PASADO LA MAYOR PARTE DE MI VIDA.
AQUÍ Y ASÍ ME TENÉIS.

Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci.
OMNE TVLIT PVNCTVM QVI MISCVIT VTILE DVLCI.
(Q. Horatius Flaccus, Epistula ad Pisones, 343)
Ganó todo mérito el que mezcló lo útil con lo agradable.

VERANO DE 1964 EN SAINT CIERS DU TAILLON [Charente Maritime], Francia

<strong>VERANO DE 1964 EN <em>SAINT CIERS DU TAILLON [Charente Maritime], Francia</em></strong>
Mi padre [R.I.P.], un amigo (Josep Ma. Riba i Armenter [R.I.P.]), mi hermana Simona, yo mismo, mi hermana Rosario,
mi hermano Pepe, mi madre [R.I.P.], otro amigo (Josep Amiell):
PATRI MATRIQVE MEIS IN MEMORIAM: Descansen en Paz los dos juntos
.
"Cuando uno ha perdido a su padre y a su madre, se ha quedado sin referencia al pasado".
(Frase mía, que yo, como bien nacido, les dedico a quienes me dieron la Vida y me abrieron el Camino para ser Feliz)
A mí, lo mismo que a Ovidio (Tristia, I, III, 4):
Labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.
Todavía ahora se me resbala una lágrima de los ojos, los míos.

Recojo y comparto la frase, más optimista, de mi amigo Carlos Hernández, Chacien: ”Lo que en verdad mata es el olvido”.
No es mi caso, porque yo, estas cosas, no las olvido.

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viernes, 18 de noviembre de 2011

El austero Marco Porcio Catón El Viejo
se opone enérgicamente a
la derogación de la LEX OPPIA
que ponía coto a los gastos suntuosos de las mujeres


Para un romano las mujeres debían ser meramente matronas sometidas al pater familias, por lo que se consideraba adecuado que observaran austeridad y modestia en el atuendo. Para que no llamaran la atención, les estaba prohibido marcar las curvas del cuerpo y era preceptivo el uso del velo.
En el año 215 aC., tras ser derrotado el ejército romano por Aníbal en la batalla de Cannas, en plena Segunda Guerra Púnica, se dio una vuelta de tuerca más: los políticos, movidos por la necesidad de recuperarse económicamente para continuar haciendo frente a tan poderoso enemigo, como era Aníbal y el ejército Cartaginés, votaron una ley que limitaba las manifestaciones externas de riqueza en las mujeres. No se permitía llevar más de media onza de oro en joyas, los vestidos no debían tener colores llamativos para no emplear tintes caros. Esta ley, conocida como la Lex Oppia, debe su nombre al tribuno de la plebe Gaius Oppius, que fue el que tomó la iniciativa de presentarla.


Pero llegados al año 195 aC., acabada ya la Segunda Guerra Púnica con el sometimiento de Cartago, y sin tener que afrontar ya los enormes gastos de guerra anteriores, bajo el consulado de Catón, las restricciones impuestas por la ley parecían caducas: puesto que Roma había vencido, fluía la riqueza haciendo innecesario tanto recorte.

Por tanto, dos tribunos de la plebe pensaron que sería buena idea pedir su derogación. Lo más sorprendente es que la discusión no se desarrolló como hubiera sido normal en la República, sino que las mujeres se echaron a la calle en una manifestación de proporciones inimaginables. Una enorme multitud entró en el Capitolio. Ni la autoridad, ni el pudor, ni las órdenes de sus maridos consiguieron hacerlas volver a casa. Ocuparon todas las calles de la ciudad y los accesos al Foro, suplicando a los hombres que bajaran hasta allá. Reclamaban que se les devolvieran “sus adornos de antes”. La afluencia iba aumentando con el transcurso de los días, porque llegaban mujeres de otras ciudades y “no dudaban en preguntar a los cónsules o abordar a los magistrados”.

Catón, que deseaba el mantenimiento de la Lex  Oppia, argumentaba que la ley evitaba la vergüenza de la pobreza, porque, en virtud de ella, todas las mujeres vestían del mismo modo. Se dirigió a ellas con un discurso de dos partes: en primer lugar una reprobación de su conducta, contraria a las buenas costumbres, y después les expuso los peligros de aumentar el lujo. Aprovechó para fustigar a los maridos y magistrados, que no habían sido capaces de restablecer el orden en la ciudad ni de hacerse respetar en sus casas. En su opinión, ceder a las pretensiones femeninas era exponerse a nuevas revueltas protagonizadas por otros grupos de presión.

A pesar suyo, la ley fue derogada; pero, como Catón consideraba que el deseo de una mujer de gastar dinero era una enfermedad que no podía curarse, sino simplemente reprimirse, años más tarde defendería otra ley, relativa a los testamentos de los más ricos, para evitar la acumulación de fortunas femeninas.


Tito Livio nos ha transmitido el discurso que pronunció Catón. Aquí lo tenéis, primero en traducción propia, luego en el texto Latino, y seguidamente en una versión francesa y otra inglesa.

Discurso de Catón

[XXXIV] (2) Romanos, si cada uno de nosotros hubiera tenido el cuidado de conservar en relación a su esposa sus derechos y su dignidad de marido, nosotros no tendríamos ahora preocupación alguna por todas las mujeres.

Pero, después de haber triunfado, por su violencia, sobre nuestra libertad en el interior de nuestras propias casas, vienen hasta el Foro para deteriorarlo y pisotearlo; y, por no haber sabido resistir a cada una en particular, nosotros, horrorizados, las vemos reunidas a todas contra nosotros.

Yo lo confieso: yo había siempre considerado como una fábula esa conspiración formada por mujeres de cierta isla contra los hombres de los que ellas exterminaron toda la raza [las Amazonas]. Pero no hay una clase de personas que no os haga correr los más grandes peligros, cuasdo se toleran sus reuniones, sus complots, y  sus deliberaciones secretas. De verdad, yo no sabría decidir qué es lo más dañino, el asunto en sí mismo o el ejemplo que dan las mujeres. De estos dos aspectos, uno nos afecta a nosotros, cónsules y magistrados; el otro, Romanos, es más especialmente de vuestra incumbencia.

Corresponde a vosotros, en efecto, declarar, por el sufragio que traeréis, si la propuesta que se os presenta es beneficiosa o no para la República.

En cuanto a este amotinamiento tumultuoso de mujeres, que haya sido espontáneo o que vosotros lo hayáis provocado, M. Fundanius y L. Valerius, perteneciente, sin duda, a la culpa de los magistrados, yo no sé si es a vosotros, tribunos, o a los cónsules, a quienes corresponde la vergüenza. Ella os pertenece a vosotros, tribunos, si vosotros habéis venido para utilizar a las mujeres como instrumentos de vuestras sediciones tribunicias, si la secesión de las mujeres nos hace, como en otros tiempos la del pueblo, aprobar las leyes.

Yo lo confieso, que no es sin rubor que yo he atravesado ahora mismo por medio de un rebaño de mujeres para llegar al Foro; y si, por deferencia y por respeto hacia cada una de ellas en particular más que hacia todas en general, yo no hubiera querido ahorrarles la vergüenza de ser interpeladas por un cónsul, yo les habría dicho: “¿Cuál es esta forma de mostraros así en público, de sitiar las calles y de dirigiros a hombres que os son extraños?

¿No podríais vosotras, cada una en vuestra casa, hacer esta petición a vuestros maridos? ¿Contáis vosotras sobre el efecto de vuestros encantos más en público que en privado, más con extranjeros que con vuestros maridos? E incluso, si os afirmáis en los límites de la modestia que conviene a vuestro sexo, deberiais vosotras en vuestras casas preocuparos de las leyes que son promulgadas o derogadas aquí.

Nuestros antepasados querían que ninguna mujer interviniese en ningún asunto, incluso privado, sin una autorización expresa; ella estaba bajo la autoridad del padre, del hermano, o del marido. Y nosotros, ¡grandes dioses!, nosotros les permitimos tomar a su cargo el gobierno de la República, descender al Foro, intervenir en los debates y en los comicios.

Porque hoy, recorriendo las calles y las plazas, ¿qué hacen ellas sino apoyar la propuesta de los tribunos y hacer que se derogue la ley?

Soltad la rienda a los caprichos y a las pasiones de este sexo indomable, y enorgulleceos después de verlo, a falta de vosotros mismos, poner límites a su desenfreno.
Esta defensa es la más pequeña  de aquellas que las mujeres sufren impacientemente de estar sometidas por las costumbres o las leyes. Pues lo que ellas quieren es la libertad la más grande, o mejor la licencia, si hay que llamar a las cosas por su nombre. ¿Qué es lo que ellas no van a intentar, si ellas triunfan hoy?

[XXXIV] (3) Recordad vosotros todas las leyes con las que nuestros antepasados han encadenado su audacia e intentado someterlas a sus maridos: con todas estas trabas a duras penas podéis vosotros contenerlas. ¿Qué sucederá, si vosotros les permitís atacar las leyes una después de otra, arrancaros todo lo que ellas quieran, en una palabra, igualarse a los hombres? ¿Pensáis vosotros que podréis soportarlas? Ellas no habrán conseguido elevarse a vuestra altura, y ya querrán dominaros.


Pero, se dirá, que ellas se limiten a pedir que no se promulguen contra ellas nuevas leyes: no es la justicia, es la injusticia lo que ellas rechazan. No, Romanos, lo que ellas quieren es que deroguéis una ley aprobada por vosotros, consagrada por vuestros sufragios y sancionada por una exitosa experiencia de muchos años, es decir, que, destruyendo una sola ley, vosotros quebrantéis todas las demás.

No hay ninguna ley que no tenga ningún interés: no se consulta ordinariamente para redactarlas más que la utilidad del más grande número y el bien del Estado. Si cada uno destruye y liquida aquellas que le molestan personalmente, ¿para qué votar leyes en asamblea general, para verlas bien pronto derogadas a gusto de aquellos contra quienes han sido hechas? No obstante, yo quisiera saber por qué motivo las mujeres Romanas recorren así la ciudad, totalmente desencajadas, por qué ellas entran en el Foro y en las asambleas? ¿Vienen ellas a pedir el rescate de sus padres, de sus maridos, de sus hijos, o de sus hermanos, hechos prisioneros por Aníbal? Estas desgracias están lejos de nosotros, y ¡ojalá nunca más puedan renovarse! Por tanto, cuando ellas os agobiaban, vosotros habéis rechazado este favor a sus piadosas instancias.

Pero, a falta de esta piedad filial, de esta tierna inquietud por sus familiares, ¿es, sin duda, un motivo religioso el que las reúne? ¿Ellas van, sin duda, delante de la diosa Madre del Ida, que nos llega de Pessinonte, en Frigia?, porque, en fin, ¿qué pretexto puede uno hacer valer para disculpar esta rebelión de mujeres? Se me contesta: “Nosotras queremos estar brillantes de oro y de púrpura; y pasearnos por la ciudad, los días de fiesta y los otros, en carruajes de triunfo, como para celebrar la victoria que nosotras nos llevaremos sobre la ley derogada, sobre vuestros sufragios sorprendidos y arrancados; nosotras queremos que se se ponga límite a nuestros gastos, a nuestro lujo”.

[XXXIV] (4) Ramanos, vosotros me habéis frecuentementente oído deplorar los gastos de las mujeres y los hombres, los de los simples ciudadanos, igual que los de los magistrados; con frecuencia yo he repetido que dos vicios contrarios, el lujo y la avaricia, minaban la República. Éstos son los azotes que han causado la ruina de todos los grandes Imperios. Además, cuanto más feliz y floreciente es nuestra situación, más se engrandece nuestro Imperio, y más los temo yo. Nosotros hemos penetrado ya en Grecia y en Asia, donde nosotros hemos encontrado todos los atractivos del placer; incluso ya tenemos nosotros en nuestras manos los tesoros de los reyes. ¿No debo yo temer que, en lugar de ser los amos de estas riquezas, nosotros nos convirtamos en los esclavos? Es para la desgracia de Roma, podéis creerme, que se han introducido en sus muros las estatuas de Siracusa. Yo no entiendo que demasiadas gentes se vanaglorien y admiren las obras maestras de Corinto y de Atenas, y se rían de los dioses de arcilla, que se ven delante de nuestros templos.

Yo prefiero a estos dioses que nos han protegido, y que nos protegerán todavía, yo lo espero, si nosotros los dejamos en su lugar. En el tiempo de nuestros antepasados, Cineas, enviado a Roma por Pirro, intentó seducir con regalos a los hombres e incluso a las mujeres. No existía entonces todavía la Lex Oppia para reprimir el lujo de las mujeres; y, no obstante, ninguna aceptó. ¿Cuál fue en vuestra opinión la causa de este rechazo? La misma que había obligado a nuestros antepasados a no establecer una ley en este sentido. No había lujo que reprimir. De la misma forma que las enfermedades son necesariamente reconocidas antes que los remedios que las pueden curar, asimismo las pasiones nacen antes que las leyes destinadas a contenerlas.

¿Por qué la ley Licinia ha prohibido poseer más de quinientas yugadas? Porque no se soñaba más que en extender sin cesar sus propiedades. ¿Por qué la ley Cintia ha prohibido las donaciones y los regalos? Porque el senado se acostumbraba a imponer impuestos y tributos sobre los plebeyos. No hace falta, entonces, asombrarse de que no se tuviera necesidad de la Lex Oppia, ni de ninguna otra, para limitar los gastos de las mujeres, en un momento en que ellas rehusaban tanto la púrpura como el oro que se venía a ofrecerles. Hoy, que Cineas recorra la ciudad: él las encontrará todas en las calles dispuestas a recibir.

Yo confieso que hay caprichos que yo no puedo explicar, y de los que yo busco en vano el motivo. Que una cosa fuera permitida a unos y prohibida a otros, habría ahí seguramente motivo para experimentar un sentimiento natural de vergüenza o de cólera. Pero, cuando el acomodo es el mismo para todos, ¿qué humillación puede cada una de vosotras temer? Es una debilidad condenable avergonzarse de su economía o de su pobreza; pero la ley os pone igualmente al amparo de este doble arrecife, prohibiéndoos tener lo que no tendréis. ¡Pues bien!, dirá esta mujer rica, es esta desigualdad la que yo no puedo soportar. ¿Por qué no se me permite vertirme de oro y de púrpura? ¿Por qué la pobreza de las otras se esconde tan bien en la sombra de esta ley que uno podría considerarlas en estado de tener lo que no tienen, si no fuera por la prohibición que existe?

Romanos, respondería yo, ¿queréis establecer entre vuestras mujeres una rivalidad de lujo, que incite a las ricas a darse unas apariencias que ninguna otra podrá tener, y a las pobres a gastar más allá de sus recursos para evitar una diferencia humillante? Creedme, si ellas se disponen a ruborizarse por lo que no es vergonzoso, ellas no se ruborizarán de lo que lo es realmente. La que tenga los medios, comprará con lo suyo; la que no podrá, le pedirá dinero a su marido. ¡Desgraciado entonces el marido que cederá y el que no cederá! Lo que él habrá rehusado será dado por otro. ¿No las ve uno ya dirigirse a hombres que les son extraños, y, lo que es peor, solicitar una ley, unos sufragios, triunfar incluso ante algunos, sin preocuparse de vuestros intereses ni de los de vuestro patrimonio y vuestros hijos? Desde el momento en que la ley cese de limitar sus gastos, vosotros no lo conseguiréis jamás.

Romanos, no vayáis a creer que las cosas se quedarán en el punto en el que estaban antes de la proposición de la ley. Es menos peligroso no acusar a un culpable que absolverlo; igualmente el lujo no sería más soportable si uno no lo hubiera atacado nunca; pero, en la actualidad, tendrá todo el furor de una bestia feroz, a la que las ataduras han irritado y que uno ha desencadenado enseguida.

Mi opinión es que bajo ningún concepto hace falta derogar la Lex Oppia. Hagan los dioses que vuestra decisión, sea la que sea, sea en vuestro beneficio.

Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación, XXIV, 2-4
Traducción © Copyright: Antonio Martín Ortiz

Texto Latino, con algunos cambios de grafía y puntuación:

Catonis oratio

[XXXIV] [2] 'Si in sua quisque nostrum matre familiae, Quirites, ius et maiestatem uiri retinere instituisset, minus cum uniuersis feminis negotii haberemus: nunc domi uicta libertas nostra impotentia muliebri hic quoque in foro obteritur et calcatur, et quia singulas sustinere non potuimus uniuersas horremus.

Equidem fabulam et fictam rem ducebam esse uirorum omne genus in aliqua insula coniuratione muliebri ab stirpe sublatum esse; ab nullo genere non summum periculum est si coetus et concilia et secretas consultationes esse sinas. Atque ego uix statuere apud animum meum possum utrum peior ipsa res an peiore exemplo agatur; quorum alterum ad nos consules reliquosque magistratus, alterum ad uos, Quirites, magis pertinet.

Nam utrum e re publica sit necne id quod ad uos fertur, uestra existimatio est qui in suffragium ituri estis. Haec consternatio muliebris, siue sua sponte siue auctoribus uobis, M. Fundani et L. Valeri, facta est, haud dubie ad culpam magistratuum pertinens, nescio uobis, tribuni, an consulibus magis sit deformis: uobis, si feminas ad concitandas tribunicias seditiones iam adduxistis; nobis, si ut plebis quondam sic nunc mulierum secessione leges accipiendae sunt.

Equidem non sine rubore quodam paulo ante per medium agmen mulierum in forum perueni. Quod nisi me uerecundia singularum magis maiestatis et pudoris quam uniuersarum tenuisset, ne compellatae a consule uiderentur, dixissem: "qui hic mos est in publicum procurrendi et obsidendi uias et uiros alienos appellandi? Istud ipsum suos quaeque domi rogare non potuistis? An blandiores in publico quam in priuato et alienis quam uestris estis? Quamquam ne domi quidem uos, si sui iuris finibus matronas contineret pudor, quae leges hic rogarentur abrogarenturue curare decuit."

Maiores nostri nullam, ne priuatam quidem rem agere feminas sine tutore auctore uoluerunt, in manu esse parentium, fratrum, uirorum: nos, si diis placet, iam etiam rem publicam capessere eas patimur et foro prope et contionibus et comitiis immisceri. Quid enim nunc aliud per uias et compita faciunt quam rogationem tribunorum plebi suadent, quam legem abrogandam censent?

Date frenos impotenti naturae et indomito animali et sperate ipsas modum licentiae facturas: nisi uos facietis, minimum hoc eorum est quae iniquo animo feminae sibi aut moribus aut legibus iniuncta patiuntur. Omnium rerum libertatem, immo licentiam, si uere dicere uolumus, desiderant. Quid enim, si hoc expugnauerint, non temptabunt?

[XXXIV] [3] Recensete omnia muliebria iura quibus licentiam earum adligauerint maiores uestri per quaeque subiecerint uiris; quibus omnibus constrictas uix tamen continere potestis. Quid? Si carpere singula et extorquere et exaequari ad extremum uiris patiemini, tolerabiles uobis eas fore creditis? Extemplo simul pares esse coeperint, superiores erunt. At hercule ne quid nouum in eas rogetur recusant, non ius sed iniuriam deprecantur: immo ut quam accepistis iussistis suffragiis uestris legem, quam usu tot annorum et experiendo comprobastis, hanc ut abrogetis, id est, ut unam tollendo legem ceteras infirmetis.

Nulla lex satis commoda omnibus est: id modo quaeritur, si maiori parti et in summam prodest. Si quod cuique priuatim officiet ius, id destruet ac demolietur, quid attinebit uniuersos rogare leges quas mox abrogare in quos latae sunt possint? Volo tamen audire quid sit propter quod matronae consternatae procucurrerint in publicum ac uix foro se et contione abstineant? Vt captiui ab Hannibale redimantur parentes, uiri, liberi, fratres earum? Procul abest absitque semper talis fortuna rei publicae; sed tamen, cum fuit, negastis hoc piis precibus earum.

At non pietas nec sollicitudo pro suis sed religio congregauit eas: matrem Idaeam a Pessinunte ex Phrygia uenientem accepturae sunt. Quid honestum dictu saltem seditioni praetenditur muliebri? "Vt auro et purpura fulgamus" inquit, "ut carpentis festis profestisque diebus, uelut triumphantes de lege uicta et abrogata et captis ereptis suffragiis uestris, per urbem uectemur: ne ullus modus sumptibus, ne luxuriae sit."

[XXXIV] [4] Saepe me querentem de feminarum, saepe de uirorum nec de priuatorum modo sed etiam magistratuum sumptibus audistis, diuersisque duobus uitiis, auaritia et luxuria, ciuitatem laborare, quae pestes omnia magna imperia euerterunt. Haec ego, quo melior laetiorque in dies fortuna rei publicae est, quo magis imperium crescit—et iam in Graeciam Asiamque transcendimus omnibus libidinum inlecebris repletas et regias etiam adtrectamus gazas—, eo plus horreo, ne illae magis res nos ceperint quam nos illas. Infesta, mihi credite, signa ab Syracusis inlata sunt huic urbi. Iam nimis multos audio Corinthi et Athenarum ornamenta laudantes mirantesque et antefixa fictilia deorum Romanorum ridentes.

Ego hos malo propitios deos et ita spero futuros, si in suis manere sedibus patiemur. patrum nostrorum memoria per legatum Cineam Pyrrhus non uirorum modo sed etiam mulierum animos donis temptauit. Nondum lex Oppia ad coercendam luxuriam muliebrem lata erat; tamen nulla accepit. Quam causam fuisse censetis? Eadem fuit quae maioribus nostris nihil de hac re lege sanciundi: nulla erat luxuria quae coerceretur. Sicut ante morbos necesse est cognitos esse quam remedia eorum, sic cupiditates prius natae sunt quam leges quae iis modum facerent.

Quid legem Liciniam excitauit de quingentis iugeribus nisi ingens cupido agros continuandi? Quid legem Cinciam de donis et muneribus nisi quia uectigalis iam et stipendiaria plebs esse senatui coeperat? Itaque minime mirum est nec Oppiam nec aliam ullam tum legem desideratam esse quae modum sumptibus mulierum faceret, cum aurum et purpuram data et oblata ultro non accipiebant. Si nunc cum illis donis Cineas urbem circumiret, stantes in publico inuenisset quae acciperent.

Atque ego nonnullarum cupiditatium ne causam quidem aut rationem inire possum. Nam ut quod alii liceat tibi non licere aliquid fortasse naturalis aut pudoris aut indignationis habeat, sic aequato omnium cultu quid unaquaeque uestrum ueretur ne in se conspiciatur? Pessimus quidem pudor est uel parsimoniae uel paupertatis; sed utrumque lex uobis demit cum id quod habere non licet non habetis. "Hanc" inquit "ipsam exaequationem non fero" illa locuples. "Cur non insignis auro et purpura conspicior? Cur paupertas aliarum sub hac legis specie latet, ut quod habere non possunt habiturae, si liceret, fuisse uideantur?"

Vultis hoc certamen uxoribus uestris inicere, Quirites, ut diuites id habere uelint quod nulla alia possit, pauperes ne ob hoc ipsum contemnantur, supra uires se extendant? Ne simul pudere quod non oportet coeperit, quod oportet non pudebit. Quae de suo poterit, parabit: quae non poterit, uirum rogabit. Miserum illum uirum, et qui exoratus et qui non exoratus erit, cum quod ipse non dederit datum ab alio uidebit. Nunc uolgo alienos uiros rogant et, quod maius est, legem et suffragia rogant et a quibusdam impetrant. Aduersus te et rem tuam et liberos tuos exorabilis es: simul lex modum sumptibus uxoris tuae facere desierit, tu nunquam facies.

Nolite eodem loco existimare, futuram rem quo fuit antequam lex de hoc ferretur. et hominem improbum non accusari tutius est quam absolui, et luxuria non mota tolerabilior esset quam erit nunc, ipsis uinculis sicut ferae bestiae inritata, deinde emissa.

Ego nullo modo abrogandam legem Oppiam censeo: uos quod faxitis, deos omnes fortunare uelim.'
Titus Liuius, Ab Vrbe condita, XXXIV, 2-3-4


Discours de Caton

[34,2] (1) "Romains, si chacun de nous avait eu soin de conserver à l'égard de son épouse ses droits et sa dignité de mari, nous n'aurions pas affaire aujourd'hui à toutes les femmes. (2) Mais après avoir, par leur violence, triomphé de notre liberté dans l'intérieur de nos maisons, elles viennent jusque dans le forum l'écraser et la fouler aux pieds; et, pour n'avoir pas su leur résister à chacune en particulier, nous les voyons toutes réunies contre nous. (3) Je l'avoue, j'avais toujours regardé comme une fable inventée à plaisir cette conspiration formée par les femmes de certaine île contre les hommes dont elles exterminèrent toute la race. (4) Mais il n'est pas une classe de personnes qui ne vous fasse courir les plus grands dangers, lorsqu'on tolère ses réunions, ses complots et ses cabales secrètes."

"En vérité, je ne saurais décider ce qui est le plus dangereux, de la chose en elle-même ou de l'exemple que donnent les femmes. (5) De ces deux points, l'un nous regarde nous autres consuls et magistrats; l'autre, Romains, est plus spécialement de votre ressort. C'est à vous en effet à déclarer par le suffrage que vous porterez, si la proposition qui vous est soumise est avantageuse on non à la république. (6) Quant à ce rassemblement tumultueux de femmes, qu'il ait été spontané ou que vous l'ayez excité, M. Fundanius et L. Valérius, il est certain qu'on doit en rejeter la faute sur les magistrats; mais je ne sais si c'est à vous, tribuns, ou à vous autres, consuls, que la honte en appartient. (7) Elle est pour vous, si vous en êtes venus à prendre les femmes pour instruments de vos séditions tribunitiennes; pour nous, si la retraite des femmes nous fait, comme autrefois celle du peuple, adopter la loi."

"(8) Je l'avoue, ce n'est pas sans rougir que j'ai traversé tout à l'heure une légion de femmes pour arriver au forum; et si, par égard et par respect pour chacune d'elles en particulier plutôt que pour toutes en général, je n'eusse voulu leur épargner la honte d'être apostrophées par un consul, je leur aurais dit: (9) 'Quelle est cette manière de vous montrer ainsi en publie, d'assiéger les rues et de vous adresser à des hommes qui vous sont étrangers? Ne pourriez-vous, chacune dans vos maisons, faire cette demande à vos maris? (10) Comptez-vous plus sur l'effet de vos charmes en public qu'en particulier, sur des étrangers que sur vos époux? Et même, si vous vous renfermiez dans les bornes de la modestie qui convient à votre sexe, devriez-vous dans vos maisons vous occuper des lois qui sont adoptées on abrogées ici?'

"(11) Nos aïeux voulaient qu'une femme ne se mêlât d'aucune affaire, même privée, sans une autorisation expresse; elle était sous la puissance du père, du frère ou du mari. Et nous, grands dieux!, nous leur permettons de prendre en main le gouvernement des affaires, de descendre au forum, de se mêler aux discussions et aux comices. (12) Car aujourd'hui, en parcourant les rues et les places, que font-elles autre chose que d'appuyer la proposition des tribuns et de faire abroger la loi? (13) Lâchez la bride aux caprices et aux passions de ce sexe indomptable, et flattez-vous ensuite de le voir, à défaut de vous-mêmes, mettre des bornes à son emportement. (14) Cette défense est la moindre de celles auxquelles les femmes souffrent impatiemment d'être astreintes par les moeurs ou par les lois. Ce qu'elles veulent, c'est la liberté la plus entière, ou plutôt la licence, s'il faut appeler les choses par leur nom. Qu'elles triomphent aujourd'hui, et leurs prétentions n'auront plus de terme!"

[34,3] (1) "Rappelez-vous toutes les lois par lesquelles nos aïeux ont enchaîné leur audace et tenté de les soumettre à leurs maris: avec toutes ces entraves à peine pouvez-vous les contenir. (2) Que sera-ce si vous leur permettez d'attaquer ces lois l'une après l'autre, de vous arracher tout ce qu'elles veulent, en un mot, de s'égaler aux hommes? Pensez-vous que vous pourrez les supporter? Elles ne se seront pas plutôt élevées jusqu'à vous qu'elles voudront vous dominer." "(3) Mais, dira-t-on, elles se bornent à demander qu'on ne porte pas contre elles de nouvelles lois: ce n'est pas la justice, é'est l'injustice qu'elles repoussent. (4) Non, Romains, ce qu'elles veulent, c'est que vous abrogiez une loi adoptée par vous, consacrée par vos suffrages et sanctionnée par une heureuse expérience de plusieurs années, c'est-à-dire qu'en détruisant une seule loi vous ébranliez toutes les autres. (5) Il n'y a pas de loi qui ne froisse aucun intérêt; on ne consulte ordinairement pour les faire que l'utilité du plus grand nombre et le bien de l'état. Si chacun détruit et renverse celles qui le gênent personnellement, à quoi bon voter des lois en assemblée générale, pour les voir bientôt abroger au gré de ceux contre qui elles ont été faites?"

"(6) Je voudrais savoir cependant pour quel motif les femmes romaines parcourent ainsi la ville tout éperdues, pourquoi elles pénètrent presque au forum et dans l'assemblée? (7) Viennent-elles demander le rachat de leurs pères, de leurs maris, de leurs enfants ou de leurs frères faits prisonniers par Hannibal? Ces malheurs sont loin de nous, et puissent-ils ne jamais se renouveler! Pourtant, lorsqu'ils nous accablaient, vous avez refusé cette faveur à leurs pieuses instances. (8) Mais à défaut de cette piété filiale, de cette tendre sollicitude pour leurs proches, c'est sans doute un motif religieux qui les rassemble? Elles vont sans doute au-devant de la déesse Mère de l'Ida qui nous arrive de Pessinonte, en Phrygie? car enfin quel prétexte peut-on faire valoir pour excuser cette émeute de femmes?"

"(9) On me répond: 'Nous voulons être brillantes d'or et de pourpre; et nous promener par la ville, les jours de fêtes et autres, dans des chars de triomphe, comme pour étaler la victoire que nous remportons sur la loi abrogée, sur vos suffrages surpris et arrachés; nous voulons qu'on ne mette plus de bornes à nos dépenses, à notre luxe.'"

[34,4] (1) "Romains, vous m'avez souvent entendu déplorer les dépenses des femmes et des hommes, celles des simples citoyens comme celles des magistrats; (2) souvent j'ai répété que deux vices contraires, le luxe et l'avarice, minaient la république. Ce sont des fléaux qui ont causé la ruine de tous les grands empires. (3) Aussi, plus notre situation devient heureuse et florissante, plus notre empire s'agrandit, et plus je les redoute. Déjà nous avons pénétré dans la Grèce et dans l'Asie, où nous avons trouvé tous les attraits du plaisir; déjà même nous tenons dans nos mains les trésors des rois. Ne dois-je pas craindre qu'au lieu d'être les maîtres de ces richesses, nous n'en devenions les esclaves? (4) C'est pour le malheur de Rome, vous pouvez m'en croire, qu'on a introduit dans ses murs les statues de Syracuse. Je n'entends que trop de gens vanter et admirer les chefs-d'œuvre de Corinthe et d'Athènes, et se moquer des dieux d'argile qu'on voit devant nos temples. (5) Pour moi, je préfère ces dieux qui nous ont protégés, et qui nous protégeront encore, je l'espère, si nous les laissons à leur place."

"(6) Du temps de nos pères, Cinéas, envoyé à Rome par Pyrrhus, essaya de séduire par des présents les hommes et même les femmes. Il n'y avait pas encore de loi Oppia pour réprimer le luxe des femmes; et pourtant aucune n'accepta. (7) Quelle fut, à votre avis, la cause de ces refus? La même qui avait engagé nos aïeux à ne point établir de loi à ce sujet. Il n'y avait pas de luxe à réprimer. (8) De même que les maladies sont nécessairement connues avant les remèdes qui peuvent les guérir, de même les passions naissent avant les lois destinées à les contenir. (9) Pourquoi la loi Licinia a-t-elle défendu de posséder plus de cinq cents arpents? Parce qu'on ne songeait qu'à étendre sans cesse ses propriétés. Pourquoi la loi Cincia a-t-elle prohibé les cadeaux et les présents? Parce que le sénat s'habituait à lever des impôts et des tributs sur les plébéiens.(10) Il ne faut donc pas s'étonner qu'on n'eût besoin ni de la loi Oppia, ni d'aucune autre pour limiter les dépenses des femmes, à une époque où elles refusaient et la pourpre et l'or qu'on venait leur offrir."

"(11) Aujourd'hui, que Cinéas parcoure la ville, il les trouvera toutes dans les rues et disposées à recevoir. (12) J'avoue qu'il y a des caprices que je ne puis expliquer et dont je cherche en vain la raison. Qu'une chose fût permise à l'une et défendue à l'autre, il y aurait peut-être là de quoi éprouver un sentiment naturel de honte ou de colère. Mais quand l'ajustement est le même pour toutes, quelle humiliation chacune de vous peut-elle redouter? (13) C'est une faiblesse condamnable que de rougir de son économie ou de sa pauvreté; mais la loi vous met également à l'abri de ce double écueil, en vous défendant d'avoir ce que vous n'aurez pas. (14) Eh bien! dira cette femme riche, c'est cette inégalité même que je ne puis souffrir. Pourquoi ne m'est-il pas permis de me vêtir d'or et de pourpre? Pourquoi la pauvreté des autres se cache-t-elle si bien à l'ombre de cette loi qu'on pourrait les croire en état d'avoir ce qu'elles n'ont pas, n'était la défense qui existe?"

"(15) Romains, répondrais-je, voulez-vous établir entre vos femmes une rivalité de luxe, qui pousse les riches à se donner des parures que nulle autre ne pourra avoir, et les pauvres à dépenser au-delà de leurs ressources pour éviter une différence humiliante? (16) Croyez-moi, si elles se mettent à rougir de ce qui n'est pas honteux, elles ne rougiront plus de ce qui l'est réellement. Celle qui en aura le moyen, achètera des parures; celle qui ne le pourra pas, demandera de l'argent à son mari. (17) Malheur alors au mari qui cédera et à celui qui ne cédera pas! Ce qu'il aura refusé sera donné par un autre. (18) Ne les voit-on pas déjà s'adresser à des hommes qui leur sont étrangers, et, qui pis est, solliciter une loi, des suffrages, réussir même auprès de quelques-uns, sans s'inquiéter de vos intérêts ni de ceux de votre patrimoine et de vos enfants? Dès que la loi cessera de limiter leurs dépenses, vous n'y parviendrez jamais."

"(19) Romains, n'allez pas croire que les choses en resteront au point où elles étaient avant la proposition de la loi. Il est moins dangereux de ne pas accuser un coupable que de l'absoudre; de même le luxe serait plus supportable si on ne l'avait jamais attaqué; mais à présent, il aura toute la fureur d'une bête féroce que les liens ont irritée et qu'on a ensuite déchaînée. (20) Mon avis est donc qu'il ne faut point abroger la loi Oppia. Fassent les dieux que votre décision, quelle qu'elle soit, tourne à votre avantage!"

Traducción inglesa:

• Author: Titus Livius
• Translator: Rev. Canon Roberts
• Editor: Ernest Rhys
• Publisher: J. M. Dent & Sons, Ltd., London, 1905

Cato’s speech

[34.2]"If we had, each one of us, made it a rule to uphold the rights and authority of the husband in our own households we should not now have this trouble with the whole body of our women. As things are now our liberty of action, which has been checked and rendered powerless by female despotism at home, is actually crushed and trampled on here in the Forum, and because we were unable to withstand them individually we have now to dread their united strength. I used to think that it was a fabulous story which tells us that in a certain island the whole of the male sex was extirpated by a conspiracy amongst the women; there is no class of women from whom the gravest dangers may not arise, if once you allow intrigues, plots, secret cabals to go on. I can hardly make up my mind which is worse, the affair itself or the disastrous precedent set up. The latter concerns us as consuls and magistrates; the former has to do more with you, Quirites. Whether the measure before you is for the good of the commonwealth or not is for you to determine by your votes; this tumult amongst the women, whether a spontaneous movement or due to your instigation, M. Fundanius and L. Valerius, certainly points to failure on the part of the magistrates, but whether it reflects more on you tribunes or on the consuls I do not know. It brings the greater discredit on you if you have carried your tribunitian agitation so far as to create unrest among the women, but more disgrace upon us if we have to submit to laws being imposed upon us through fear of a secession on their part, as we had to do formerly on occasions of the secession of the plebs. It was not without a feeling of shame that I made my way into the Forum through a regular army of women. Had not my respect for the dignity and modesty of some amongst them, more than any consideration for them as a whole, restrained me from letting them be publicly rebuked by a consul, I should have said, 'What is this habit you have formed of running abroad and blocking the streets and accosting men who are strangers to you? Could you not each of you put the very same question to your husbands at home? Surely you do not make yourselves more attractive in public than in private, to other women's husbands more than to your own? If matrons were kept by their natural modesty within the limits of their rights, it would be most unbecoming for you to trouble yourselves even at home about the laws which may be passed or repealed here.' Our ancestors would have no woman transact even private business except through her guardian, they placed them under the tutelage of parents or brothers or husbands. We suffer them now to dabble in politics and mix themselves up with the business of the Forum and public debates and election contests. What are they doing now in the public roads and at the street corners but recommending to the plebs the proposal of their tribunes and voting for the repeal of the law. Give the reins to a headstrong nature, to a creature that has not been tamed, and then hope that they will themselves set bounds to their licence if you do not do it yourselves. This is the smallest of those restrictions which have been imposed upon women by ancestral custom or by laws, and which they submit to with such impatience. What they really want is unrestricted freedom, or to speak the truth, licence, and if they win on this occasion what is there that they will not attempt?

[34.3]"Call to mind all the regulations respecting women by which our ancestors curbed their licence and made them obedient to their husbands, and yet in spite of all those restrictions you can scarcely hold them in. If you allow them to pull away these restraints and wrench them out one after another, and finally put themselves on an equality with their husbands, do you imagine that you will be able to tolerate them? From the moment that they become your fellows they will become your masters. But surely, you say, what they object to is having a new restriction imposed upon them, they are not deprecating the assertion of a right but the infliction of a wrong. No, they are demanding the abrogation of a law which you enacted by your suffrages and which the practical experience of all these years has approved and justified. This they would have you repeal; that means that by rescinding this they would have you weaken all. No law is equally agreeable to everybody, the only question is whether it is beneficial on the whole and good for the majority. If everyone who feels himself personally aggrieved by a law is to destroy it and get rid of it, what is gained by the whole body of citizens making laws which those against whom they are enacted can in a short time repeal? I want, however, to learn the reason why these excited matrons have run out into the streets and scarcely keep away from the Forum and the Assembly. Is it that those taken prisoners by Hannibal - their fathers and husbands and children and brothers - may be ransomed? The republic is a long way from this misfortune, and may it ever remain so! Still, when this did happen, you refused to do so in spite of their dutiful entreaties. But, you may say, it is not dutiful affection and solicitude for those they love that has brought them together; they are going to welcome Mater Idaea on her way from Phrygian Pessinus. What pretext in the least degree respectable is put forward for this female insurrection? 'That we may shine,' they say, 'in gold and purple, that we may ride in carriages on festal and ordinary days alike, as though in triumph for having defeated and repealed a law after capturing and forcing from you your votes.'

[34.4]"You have often heard me complain of the expensive habits of women and often, too, of those of men, not only private citizens but even magistrates, and I have often said that the community suffers from two opposite vices - avarice and luxury - pestilential diseases which have proved the ruin of all great empires. The brighter and better the fortunes of the republic become day by day, and the greater the growth of its dominion - and now we are penetrating into Greece and Asia, regions filled with everything that can tempt appetite or excite desire, and are even laying hands on the treasures of kings - so much the more do I dread the prospect of these things taking us captive rather than we them. It was a bad day for this City, believe me, when the statues were brought from Syracuse. I hear far too many people praising and admiring those which adorn Athens and Corinth and laughing at the clay images of our gods standing in front of their temples. I for my part prefer these gods who are propitious to us, and I trust that they will continue to be so as long as we allow them to remain in their present abodes.

In the days of our forefathers Pyrrhus attempted, through his ambassador Cineas, to tamper with the loyalty of women as well as men by means of bribes. The Law of Oppius in restraint of female extravagance had not then been passed, still not a single woman accepted a bribe. What do you think was the reason? The same reason which our forefathers had for not making any law on the subject; there was no extravagance to be restrained. Diseases must be recognised before remedies are applied, and so the passion for self-indulgence must be in existence before the laws which are to curb it. What called out the Licinian Law which restricted estates to 500 jugera except the keen desire of adding field to field? What led to the passing of the Cincian Law concerning presents and fees except the condition of the plebeians who had become tributaries and taxpayers to the senate? It is not therefore in the least surprising that neither the Oppian nor any other law was in those days required to set limits to the expensive habits of women when they refused to accept the gold and purple that was freely offered to them. If Cineas were to go in these days about the City with his gifts, he would find women standing in the streets quite ready to accept them.

There are some desires of which I cannot penetrate either the motive or the reason. That what is permitted to another should be forbidden to you may naturally create a feeling of shame or indignation, but when all are upon the same level as far as dress is concerned why should any one of you fear that you will not attract notice ? The very last things to be ashamed of are thriftiness and poverty, but this law relieves you of both since you do not possess what it forbids you to possess. The wealthy woman says, 'This levelling down is just what I do not tolerate. Why am I not to be admired and looked at for my gold and purple? Why is the poverty of others disguised under this appearance of law so that they may be thought to have possessed, had the law allowed it, what it was quite out of their power to possess?'

Do you want, Quirites, to plunge your wives into a rivalry of this nature, where the rich desire to have what no one else can afford, and the poor, that they may not be despised for their poverty, stretch their expenses beyond their means? Depend upon it, as soon as a woman begins to be ashamed of what she ought not to be ashamed of she will cease to feel shame at what she ought to be ashamed of. She who is in a position to do so will get what she wants with her own money, she who cannot do this will ask her husband. The husband is in a pitiable plight whether he yields or refuses; in the latter case he will see another giving what he refused to give. Now they are soliciting other women's husbands, and what is worse they are soliciting votes for the repeal of a law, and are getting them from some, against the interest of you and your property and your children. When once the law has ceased to fix a limit to your wife's expenses, you will never fix one. Do not imagine that things will be the same as they were before the law was made. It is safer for an evil-doer not to be prosecuted than for him to be tried and then acquitted, and luxury and extravagance would have been more tolerable had they never been interfered with than they will be now, just like wild beasts which have been irritated by their chains and then released. I give my vote against every attempt to repeal the law, and pray that all the gods may give your action a fortunate result."

Martha Patricia Irigoyen Troconis:

20 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Pues entonces al menos una parte de la sociedad se oponía a esa distinción hortera del lujo y la apariencia; no importa para nuestros días que se hable de mujeres en el texto. En la actualidad compite el varón con la hembra, así como los otros géneros neutro, común, epiceno y ambiguo, en defender el disparate de la desigualdad. Ruina de las repúblicas, estoy de acuerdo, como corresponde a una situación tan helenística como la nuestra.
Un abrazo. ¡Gracias!

Chacien dijo...

Amigo Antonio,

Desconocía la anécdota y me ha dado mucho gusto verla aquí reflejada can tal profusión de detalles. Se me antoja como un triunfo de la veleidad femenina y me pregunto si no habría en aquel momento injusticias y desigualdades que merecieran una rebelión de tales características con causa más justificada, por ejemplo, debido a la lacerante falta de igualdad entre hombres y mujeres en una sociedad tan patriarcal como aquella; si una mayoría de mujeres no podría haberse rebelado con más justo motivo contra el sometimiento al que se veían obligadas con respecto a sus padres, hermanos y, sobre todo, maridos. Es como si en la actualidad, los hombres, en vez de echarnos a la calle para rebelarnos contra el vergonzoso chantaje de los poderes económicos, lo hiciéramos para derogar, en el hipotético caso de que se hubiera promulgado, una ley prohibiendo el fútbol, ejemplo donde los haya de veleidad masculina en relación a un asunto capaz de despertar la mayor de las pasiones.

Le confieso que imaginar a esa enorme multitud, ese enorme mujerío, entrando en el Capitolio romano, chillando y despotricando libremente por su derecho al lujo y a la ostentación, ha despertado mi hilaridad y me ha movido a risa. Y es que he asociado este hecho de inmediato con La Asamblea de las mujeres y, sobre todo, con la Lisístrata de Aristófanes, obra ésta última a la que el gran comediógrafo griego perfectamente podría haber cambiado el argumento de haber existido en sus días una Lex oppia equivalente. Imagínese a todas las mujeres de roma negando sus favores sexuales a sus respectivos amantes y maridos hasta que no derogaran la ley..., indudablemente, aunque Catón se hubiera salido con la suya y la multitudinaria manifestación no hubiera conseguido su objeto, con el método aristofánico ni cien mil Catones hubieran podido impedir la victoria de las féminas. Qué risa.

Un fuerte abrazo.

PACO HIDALGO dijo...

Excelente y documentado post, Don Antonio. No esperarían los romanos republicanos una manifestación de tal tipo de las mujeres, ciudadadanas, pero de segunda. El caso es que la indignación (como ahora) echa a la gente a pedir lo que cree que es de justicia, y se obtienen pequeños logros. Es este caso, se suprimió la Lex Oppia, pese al estupendo discurso de Catón (magnífico en la argumentación y en el planteamiento).
Reciba un cordial saludo, en este día de ir a la asamblea a depositar nuestra opinión.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Animal de Fondo,

Estoy totalmente de acuerdo con Vd. en que esta Sociedad nuestra es excesivamente competitiva. Ahora ya no se trata de ser bueno y justo, de ser digno, sino simplemente en ser más que los demás. Como bien anota Vd., en el discurso de Catón, lo menos importante es que sean mujeres las que se amotinan para mantener sus apariencias de lujo, porque también podrían ser hombres que se amotinan para conseguir mantener sus privilegios. Quizá de todo eso deberíamos sacar la conclusión de que la energía que se gasta en esta lucha feroz que hay ahora en algunos sectores feministas contra el hombre bien podría utilizarse en pretender la igualdad de los sexos, mutatis mutandis, y no la superioridad de uno sobre otro, que es lo que parece que pretenden algunas.

Le envío un abrazo, amigo mío.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Don Carlos, Chacien,

La verdad es que es Vd. un hombre más que divertido, y su visión del tema tratado me ha provocado una sonrisa, casi un ataque de ironía. Me gusta esa comparación que hace cuando nos dice que bien podrían los hombres echarse a la calle, si les prohíben el fútbol. Bueno, es lo que estamos viendo: aquí pierde o gana el Madrid o el Barça, y esa noche no se puede dormir de las algarabías que se forman. Sin embargo, cuando los Políticos arremeten contra nuestro bienestar, como es reduciendo las prestaciones sanitarias y educativas, para una buena parte de la Sociedad eso no tiene importancia alguna.

Bien podrían nuestras féminas, todas, luchar por la igualdad en derechos y deberes con el hombre, y no por conseguir de facto una superioridad, porque, vamos a ver:

Si un hombre le pega una paliza a su mujer, el acto tiene jurídicamente mucha menos gravedad que si es la mujer la que le pega una paliza a su marido.

Bien poco puestas en su sitio estaban las mujeres atacadas por Catón, que fueron capaces de amotinarse por llevar unas joyas innecesarias, y no lo fueron por estar permanentemente sometidas, como si de esclavas se tratase, a los elementos masculinos de su familia: padres, hermanos o maridos.

Muy apropiada la referencia a Aristófanes, que escribió sus comedias unos dos siglos antes de que Catón pronunciase su discurso. Y es que los Griegos, en la forma de pensar, siempre les llevan a los Romanos dos o tres siglos de adelanto.

Respecto a la huelga de sexo de las mujeres, tan bien descrita en la Lisístrata de Aristófanes, me temo yo que, si se hubiese dado en Roma, habría tenido pocos efectos, porque todos sabemos cómo funcionaban estas cosas en Roma: a las esposas se las tenía, en general, para garantizar la supervivencia de la Gens [de la familia]; para las apetencias del sexo y los Instintos se tenían a las amantes y las prostitutas… Vamos, que las cosas tampoco han cambiado tanto desde entonces.

Le agradezco su exquisito comentario, amigo mío, y le envío un gran abrazo.

Haga extensivo mi afecto y mis mejores deseos a su padre, Don Serapio.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Don Paco,

Gracias por su visita, que alegra este espacio, porque, como buen sevillano que es Vd., Vd. es un hombre alegre y positivo. A Vd. no la falta Esperanza. Vamos a ver si, como ocurrió con la Lex Oppia, que se derogó por la presión ejercida por las mujeres, la presión ejercida por nuestro Pueblo, en manifestaciones y huelgas, consigue doblegar algunos cánones de la forma de gobernar de nuestros gobernantes (permítaseme la redundancia), porque, si nos atenemos a los hechos probados, la conclusión es que los gobernantes, con las excepciones que uno quiera, lo primero que legislan es el aumento de sus sueldos, y el reparto de influencias entre amigos y familiares.

Le envío un gran abrazo, amigo mío, Don Paco.

Antonio

Animal de Fondo dijo...

La igualdad entre los sexos es un tema interesante; a mí me lo dejó claro, con poca edad, Rilke, en una de las últimas cartas a Kappus, cuando dice más o menos: "llegará un día en que el hombre y la mujer..." y es que la única igualdad posible es la igualdad entre seres humanos sin más. No se dan cuenta de que distinguir simplemente entre sexos a los efectos en los que lo genital no es relevante es muestra insuperable de desigualdad. No sé si consigo explicarme.
A nivel de anécdota, que tal vez sirva para ilustrar la idea, he experimentado, a lo largo de la vida, reacciones muy curiosas a mi falta total de machismo, que tal vez un día fuera divertido contar. Por ejemplo, siempre me negué a aceptar la humillación de que se me impusiera ser menos tierno de lo que soy o la humillación asimismo de fingir una fortaleza que no solamente no es varonil; es que no es humana, dada la fragilidad de nuestra especie. Así que toda la vida me he interesado por las facetas masculinas, pero también por las absurdamente "femeninas". Hace una semana, sin ir más lejos, unos amigos que cenaban en casa se extrañaron (con esa expresión en la cara que conozco bien) cuando advirtieron que el entendido (relativamente) en bordados, manteles, sábanas y piezas de hilo soy yo, que los compré de soltero, y que mi mujer no distingue una vainica de un sobrehilado, cosa que me parece muy bien, jajaja.

elena clásica dijo...

Mi queridísimo Antonio:

Nos ofreces un testimonio de primer orden que aúna literatura, historia, sociología, psicología, belleza, horror, miedo, arte... en fin: la vida misma en palabras de Catón. Lo que más me ha gustado del discurso es la profunda impresión de modernidad que reflejan los textos latinos, y por otro lado, claro, también es lo que más me ha disgustado porque actuales siguen siendo las diatribas entre hombres y mujeres en razón de su sexo.

El trasfondo que entiendo en el discurso contra la rebelión referida por Catón, no es en absoluto la defensa de un estilo de vida sobrio, austero, sino más allá el miedo, el terror ya, a que un grupo de mujeres se pueda organizar y cuestionar leyes en las que se sientan ofendidas, menospreciadas o discriminadas.

Este argumento lo avala sin darse cuenta el mismo Catón cuando habla del peligro de que un hombre no sepa establecer el orden en su propio hogar y las mujeres más allá de someterse a su padre o marido sean capaces de pedir cuentas a los legisladores en el Foro, ¡nada menos que intervenir en los debates y en los comicios!

Ah, ese "rebaño de mujeres" no era peligroso por cuestionar la Lex Oppia en un momento de bonanza económica o al menos de recuperación, pareciere Catón un comunista convencido sin darse cuenta. No, las mujeres eran peligrosas por hacerse notar, organizarse, reclamar su derecho a discrepar y negarse a ser utilizadas en los contenidos de las leyes sin participar en las formas, y creo que lo que más debió molestarles es ser objeto de una ley, como colectivo definido, extraído de la población de la República. Si han sido elegidas como un colectivo escogido y diferenciado, es momento de protestar y de manifestarse como tal, pues no han sido ellas las culpables de la afrenta.

Creo firmemente que el miedo a las mujeres por parte de Catón como por parte de muchos políticos antiguos y actuales y de muchos ciudadanos de a pie, es el miedo a reconocer la inteligencia de un igual. ¿Por qué?

Y ahora me viene a la cabeza aquella maravilla de película de "La costilla de Adán" dirigida por George Cukor y en cuyo guión participa la extraordinaria Ruth Gordon. En ella con una ironía sutil, una inteligencia refinada, se retoma el eterno tema de la igualdad de derechos por el que Amanda, una Katherine Hepburn en estado de gracia lucha valentísima.
Después de unas cuantas peripecias delirantes en el enfrentamiento jurídico, Amanda, la abogada, gana la batalla a su marido, el fiscal, al defender a una mujer que había disparado contra su marido y la amante de este. Pero la escena más contundente y más feliz del matrimonio es la que finaliza la película: reconciliados los cónyuges, celebran su reencuentro en el tálamo, siguiendo ambos la consigna de: "viva esa pequeña diferencia".

Viva esa pequeña diferencia mil veces, mi aterrorizado e injusto Catón, y viva la igualdad de derechos entre los seres humanos y el respeto a todos los seres vivos, que aunque diferentes no son menos que nosotros.

¡Y vivan esta entrada y este blog, claro!

Qué alegría retomar de tu mano, la curiosidad, la inquietud por la literatura y por los seres humanos, querido, muy querido amigo Antonio.

Recibe de tu admiradora Ἑλένη, un abrazo gigante. Un fuerte beso también para Ana y todo mi ánimo para seguir caminando, así como a toda la familia.

Javier dijo...

Tan peligroso puede ser opinar a favor como en contra de la lex Oppia, que es el tema femenino asunto de gran calado y envergadura, antes como ahora, sobre todo ahora. El mundo es masculino, la religión es masculina, incluso la mujer lo es, en el sentido, al menos, de que es ella (una gran mayoría, cuando menos) la que transmite a sus vástagos varones los valores culturales imperantes, que no son sino masculinos.

¿Machismo? Puede ser, quizá, sin duda... Natura nos hizo diferentes, nos dividió por sexos. ¿Es eso justo? La Naturaleza no entiende de justicia, sólo de naturaleza, la justicia es invento del hombre para modular las relaciones entre los individuos, y en tanto obra humana, no dejará, a su vez, de ser masculina. Como vemos, todo tiende hacia el hombre. Históricamente la mujer se ha visto sometida, de una u otra forma, al hombre, y muchas veces en todas sus manifestaciones. Incluso hoy, cuando tanto se ha ganado, esa batalla aún está por decidir, pues al machismo masculino se opone el femenino, de modo que lo que se legisla en igualdad tarda en llegar a la calle, o no lo hace en modo alguno. Mucho camino aún por recorrer...

Lo mejor será, pues, actuar con diplomacia y dejar que la Historia juzgue... y que sea ella la que yerre o acierte.

Un abrazo.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Animal de Fondo,

Pues claro que se explica Vd. muy bien: en efecto, como me decía un amigo hace tiempo, de hombre a hombre va cero, lo mismo que de mujer a mujer; y de mujer a hombre o viceversa también va cero, porque lo único que cambia es el sexo.

Opino lo mismo que Vd. en su manifestación de no atribuir exclusivamente a las mujeres o a los hombres ciertos comportamientos y conductas, siempre y cuando no apunten a lo genital. Opino yo que la igualdad debe establecerse entre seres humanos sin más, igualdad en derechos y deberes, con la única diferenciación de que, en lo referente al sexo, los unos –la mayoría- optemos por las mujeres, y éstas a su vez –también la mayoría- opten por los hombres. Eso es lo esperable dentro de la coherencia con las Leyes de la Naturaleza, porque, a mi entender, lo otro son las excepciones.

Totalmente de acuerdo con Vd., amigo Animal de Fondo.

Le envío un afectuoso saludo.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Querida Elena, amiga mía, Φίλη Ἑλένη,

Te muestras lúcida como siempre y tu pensamiento llega mucho más lejos de lo que aparentemente dicen las palabras. La verdad es que yo no me había dado cuenta, incluso después de dedicar horas al discurso en cuestión, pero ahora veo que, efectivamente, como bien apuntas tú, el dardo de Catón no va dirigido contra el lujo en las mujeres ni en defensa del ahorro, sino que es una forma más de tenerlas dominadas, porque, si ceden en esto, van a ceder en todo lo demás.

Se me viene a mi a la mente ahora la idea de que, de forma semejante, cuando la Iglesia Católica intenta, o intentó a lo largo de dos mil años, controlar el sexo de sus acólitos, no es que tuviese nada contra el sexo, sino que sus Dirigentes estaban (están) convencidos de que, si son capaces de dirigir contra naturam las conductas haciendo que éstas no sean concordes con la Ley Natural, les será muy fácil dirigir esas mismas conductas en las cosas que realmente les interesan. Podríamos hacer extensiva esta aberración de la Doctrina Católica en su persecución de facto y discriminación de las mujeres.

Creo que el tema da para mucho. Los que hemos hecho el servicio militar en la Dictadura sabemos que muchas veces las Órdenes de los Superiores a los Inferiores eran totalmente irracionales, pero había que cumplirlas. Claro, si conseguían someter el pensamiento y las decisiones de los reclutas de forma irracional, cuando se tratase de algo racional, el éxito estaría totalmente garantizado.

Aguda y clarividente interpretación la tuya, como siempre, amiga mía del alma, Querida Elena.

Te envío un abrazo gigantesco y te deseo lo mejor del mundo en todos los aspectos de tu vida, incluida la laboral.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo mío, Profesor Don Javier,

Muy aguda la anotación suya de que el machismo también es abundante entre las mujeres, porque son ellas fundamentalmente las que transmiten los valores a sus hijos, valores masculinos, que son los que han predominado y predominan. Menos mal que, según Robert Graves, con su Diosa Blanca, y, entre otros, Bachofen en el XIX, con su Mutterrecht [El Derecho Materno], tenemos evidencia de que anterior a esta época de predominio del varón, hubo una de filiación femenina, en la que la digamos preponderancia correspondía a la mujer. Ello nos da la esperanza de que, según la Ley del Péndulo, las cosas puedan cambiar a mejor.

Como bien apunta Vd., Natura nos hizo diferentes, pero diferentes morfológicamente y también diferentes en la forma de pensar y en la forma de transmitir las emociones, porque es evidente que una mujer empatiza y simpatiza de forma diferente a como lo hace un hombre, y me temo que, o me alegro de que, así seguirá siendo, pero, claro, hay unos espacios en los que la mujer lo puede hacer igual de bien o de mal que el hombre, y viceversa, como puede ser, por ejemplo, ser Presidente del Gobierno, o encargarse de la Economía de un país.

Ser diferente no significa ser superior, ni ser inferior; significa eso, que en la diferencia está la riqueza, porque, si fuéramos iguales, ¿qué sentido tendría que el hombre, de forma natural, busque a la mujer, y ésta al hombre?

Vamos, que es un tema complicado y es muy difícil que todo el mundo esté de acuerdo.

Ya veo que Vd., amigo Don Javier, cuando escribe algo, lo hace de forma que crea debate enriquecedor.

Junto con mi admiración sincera, le envío un gran abrazo.

Antonio

MA dijo...

Buen post amigo y paisano Antonio, muy interesante el texto explicativo de la entrada de post.
Bien por las mujeres que se decidieron con valentía a protestar.
Todas a una, jeje las mujeres somo geniales cuando nos proponemos conseguir una meta.

Matrona:Madre de familia, noble y virtuosa.

Un abrazo fraternal de MA.

Natàlia Tàrraco dijo...

A tu docta y magistral exposición más documentos, te respondo espontaneamente:
Me cae mal el Censor Catón, retrógrado que ansiaba retroceder a los añejos tiempos Sabinos, y ello nunca es posible.
Personaje antipáticamente austero e íntegro dudoso, porque nunca se es del todo impoluto. Elocuente retórico, casposo castigador de aquello entendido como placer, alegría, sospechosas costumbres orientales como las que adoraban los privilegiados Escipiones en su ilustre casa desde niños. Antes en las tertulias del círculo intelectual formado por !una mujer! Cornelia, madre de los Gracos al cual acudía su yerno Escipión Emiliano. ¿Mujeres y cultas? !Oh! contra natura, se rasgaría la sencilla túnica Catón.

La susodicha ley Oppia pretendía frenar el lujo de la mujer, sería el de algunas las matronas patricias, porque la inmensa mayoría, hila que hilarás y a parir futuros legionarios. ¿Se metía con las moda de depilarse el mentón o las piernas de algunos romanos, con pendientes, con muñequeras de oro? Algo señaló, pero mejor acusar a la mujer desvalida de cualquier derecho, culpable de todo vício, muda total. Lo pongo en el contexto de entonces.
Jejeje, he picado amigo Antonio !Salve! a aquellas que se atrevieron a protestar compitiendo varón con hembra !veleidosas! !Ave!
Prohibir los juegos en el Circo, lo mismo hubiera sido como prohibir hoy el futbol, ni se le ocurrió al puntilloso Catón. Menudo griterío varonil nada agudo, a lo bruto, se hubiera armado. En Lisístrita el mujeril empeño logró, no sin chanzas ni fáciles ironías del tambiém misógino, Aristófanes, parar una absurda guerra, aunque fuera apelando a aquello de que por la entrepierna en ayunas se vence al varón. Facilona insinuación del único poder de la mujer sobre el varón, no se trata de imponer poderes, mala cosa.
En definitiva, Catón estaba fuera de contexto, vivir siempre en el pasado nos tendría paralizados y todo de mueve, mal nos pese. Cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Igualdad, no de sexos, de personas sean del sexo que sean, que siempre se va a parar a lo mismo.

He aquí un chismorreo sobre Catón escrito ¿cómo no? por una mujer (Colleen Mccullough):
"la innegable moralidad de Catón quedó en entredicho cuando éste, a pesar de encontrarse en una edad muy avanzada, tomó una nueva esposa de entre sus esclavas con edad casadera. La elegida por el Censor fue una joven de gran belleza llamada Salonia, con la que tuvo un hijo llamado Marco Porcio Catón Saloniano" !Nadie es perfecto! se dijo al final de "Con faldas y a lo loco"
Lo que opinaba de los griegos en Praecepta ad Filium: "Son un pueblo rebelde y sin valor. Toma esto como una profecía: cuando los griegos nos cedan sus obras nuestro mundo se corromperá, al igual que si envían a sus médicos aquí. Han jurado matar a todos los bárbaros con sus medicinas y cobran recompensas por hacerlo a fin de que trabajen de forma más eficiente. Los griegos por supuesto nos consideran bárbaros además de sucios oscos. Te prohíbo ser jamás atendido por uno de ellos.»

Lo dejo, lamento haber sido pelín directa al mostrar mi "tírria" sobre Catón, me parece que a partir de él, poco a poco y hasta hoy en día, la palabra Censor alcanzó un tinte peyorativo.
La implacable lucha por el poder, la competencia feroz, el "todo vale·, hoy parece nuestro mal, creo que es eterno desde Mesopotamia o Altamira, pero sucede que nos queda demasiado lejos, no nos acordamos y vemos lo nuestro. Dentro de mil años tendrán más prespectiva para juzgarnos, ¿serán entonces peores que nosotros?, no lo creo.

Un cariñosos abrazo.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

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Amiga Natàlia,

Haces una descripción de Catón el Viejo que comparto en su totalidad. Hay que estar de acuerdo en que, tras el hombre político, incorrupto, austero, buen orador, ejemplar padre, se esconde un espíritu misógino como nadie, ruín al máximo y despreciable por su cerrazón y rechazo de la Cultura Griega, exactamente lo contrario de lo que hacían los Escipiones. No quiero abundar en lo que tú lúcidamente dices, porque tienes toda la razón del mundo. Dejo a continuación un fragmento de la biografía que nos ha transmitido Plutarco en sus Vidas Paralelas. En ella se puede comprobar el desprecio que tenía Catón el Viejo por los esclavos, como si de herramientas de trabajo se tratase, equiparables a bestias de carga.

Muchas gracias por tu elaborado y acertado comentario, que me ha encantado.

Te envío un gran abrazo, amiga Natàlia, la mejor de las Andorranas.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

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V. Atribuían algunos a mezquindad esta tan rigurosa economía; pero otros veían en ella el esmero y la rígida templanza de un hombre que se estrechaba y reprimía a sí mismo para corregir y moderar a los demás. Solamente aquello de valerse de los esclavos como de acémilas y deshacerse luego de ellos y venderlos a la vejez, para mí no puede ser sino de un hombre cruel, que no se cree enlazado a otro hombre sino con el vínculo de la utilidad. Pues en verdad que la humanidad y la dulzura tienen todavía más latitud que la justicia, pues de la ley y de la justicia sólo podemos usar con los otros hombres, pero la beneficencia y la gratitud se emplean aun con los animales irracionales, dimanando de la bondad como de una fuente copiosa, porque es propio del hombre de probidad no dejar sin alimento al caballo desfallecido ya por los años y el mantener y cuidar los perros, no sólo de cachorritos, sino aun cuando se han hecho viejos. El pueblo de Atenas, cuando se construyó el Hecatómpedo, a cuantas acémilas llegó a entender haber concurrido constantemente a los trabajos de la obra, a todas las echó a pacer libres y sueltas; y aun se refiere de una de ellas que por sí misma se bajaba al lugar de la obra, y agregándose a las yuntas que subían los carros al alcázar las ayudaba yendo delante, como si las animara y alentara, por lo que se decretó que hasta que muriese se proveyera de los fondos públicos para su manutención. Los sepulcros de las yeguas con que Cimón venció tres veces en Olimpia están inmediatos a los monumentos que a éste se erigieron. Muchos cuidaron de sepultar a los perros que se les habían hecho como comensales y amigos, y entre ellos Jantipo el mayor, al perro que nadando junto a su galera le siguió a Salamina, cuando el pueblo abandonó la ciudad, lo hizo sepultar en un promontorio, que todavía se llama la sepultura del perro. En efecto, no hemos de usar de cosas que tienen vida y alma como de los zapatos o de los muebles, echándolos a un rincón cuando ya están rotos y gastados, sino que es razón que en cuanto a aquellas nos mostremos cuidadosos y benignos, aunque no sea más que por excitar a la humanidad. Por tanto, yo ni siquiera a un buey de labor lo vendería por viejo, mucho menos a un hombre anciano, desterrándolo como de su patria de una tierra y de una mansión a que estaba ya habituado, en cambio de una friolera que podrían dar por él, pues que siendo inútil al que lo vendía lo sería también al comprador. En cambio, Catón parece hacía gala de estas cosas y él mismo dice haberse dejado en España el caballo que siendo cónsul le sirvió en la guerra, por no poner en cuenta a la república el gasto de su flete. Cada uno, pues, juzgará dentro de si, según su modo de ver, si cosas llevadas tan al extremo se han de atribuir a magnanimidad o a sórdida codicia.


Plutarco: Vidas Paralelas. Catón el Viejo, V

Fuente de la traducción, de Antonio Ranz Romanillos, 1921

El texto Griego puede consultarse aquí.

Isabel Barceló Chico dijo...

Menos mal que no le hicieron caso y votaron a favor de la derogación. Ay, Catón, Catón, ¿cómo podemos interpretar eso de que las mujeres les hacían "violencia" a sus maridos en casa? Pobrecillos. Me ha encantado leer su discurso. Y quizá, cuando tengas tiempo, podrías poner también el discurso con que le respondió el tribuno de la plebe que había propuesto la derogación de la ley. Si la memoria no me falla, Tito Livio lo recoge también.
Espero que Ana y tú estéis mejor. Un abrazo.

Aristos Veyrud dijo...

Amigo Antonio como bien usted dice en esto de las desigualdades de género el péndulo algún día debe llegar al extremo y devolverse, ojala que para ese entonces ya la humanidad tenga las suficientes herramientas para que ese péndulo se quede en el medio y ya no tire más para ningún lado. El avance en algunos países ya es esperanzador y con ello se comprueba que es perfectamente posible. Toca por todos los medios sostener y hacer avanzar los logros en este sentido para no soportar de nuevo las fuerzas reactivas que hoy desean echar para atrás cualquier asomo de igualdad humana.
Trabajos como el suyo ponen sobre la mesa que los males milenarios aún nos pesan y nos seguirán pesando si dejamos de lado la memoria, la educación, la libertad de argumentación y de pensamiento.
Una joya de retórica y de argumentación el discurso que usted cita aquí, aunque lo argumentado, como ya varios de los comentaristas lo han expresado reprobable.
No puedo menos que estar de acuerdo con usted al tiempo que me reí bastante cuando dice que los griegos le llevaban siglos de ventaja en cuanto a pensamiento a los romanos, ya que los romanos desarrollaron y se ampararon más en el espíritu espartano.
Tengo entendido que las mujeres etruscas en el periodo de esplendor de su civilización tenían un estilo de vida muy diferente al de las mismas romanas. Tal vez en alguna edición futura usted toque el tema y corrobora esto o lo despeja como mito.
Un abrazo amigo Antonio y lo hago extensivo para su familia en este periodo de duelo.

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amiga Isabel,

Muchas gracias por tu comentario, que no tiene desperdicio. Creo que las mujeres todas deberían construir un monumento para ti, in honorem, porque no hay ni un solo detalle que se te escape cuando se trata de restablecer el honor y la dignidad que merecen las Romanas, y, por extensión, todas las mujeres, sin excepción. Efectivamente, el tribuno L. Valerius contestó a Catón con un discurso sólido y bien estructurado (Tito Livio, XXIX, 5-7), rebatiendo los argumentos de Catón, desenmascarando sus patrañas, y poniendo a descubierto su misoginia congénita. Eso nos demuestra que, entre los hombres Romanos, también los había que tenían a la mujer, y a las mujeres, en un pedestal, tal como se merecen. Por supuesto que, en este tema, yo estoy con L. Valerius, y no con Marcus Porcius Cato. Tomo nota de tu invitación para poner al alcance de los lectores, en Lengua Castellana, algún día ese discurso, que es una joya. Entretanto, quienes lo deseen pueden leer la traducción en Francés o, si se da el caso, recurrir al texto Latino.

Por mi parte, voy a dedicar estos días a celebrar dignamente las Fiestas, tras la recuperación de Ana, familiares y mía propia, después de la pérdida irreparable que sufrimos todos el pasado 10 de Noviembre. En este sentido, te transmito mi agradecimiento y el de todos los afectados, especialmente Ana, por tus palabras de apoyo.

Te envío un gran abrazo, amiga mía.

Antonio

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Amigo Aristos Veyrud,

Muchas gracias por su comentario, que es esperanzador, lo que, a mi entender, es producto de su sentido positivo de la Vida, y del carácter Caribeño, que es como más alegre que el Europeo. Y es que el buen tiempo hace milagros. De todas formas, vamos a ser positivos y esperar que ese péndulo del que Vd. halbla quede alguna vez quieto en el centro, porque, como bien decían los Griegos, en el medio está la virtud.

Una anotación en relación a lo que dice Vd. sobre la mujer Etrusca, que estaba en mejor posición que la Romana. Efectivamente es así. Tenga en cuenta que nuestra Civilización, también la Greco-Romana, tiene una base Indo-Europea, que es patriarcal desde sus raíces, y la Civilización Etrusca, cuyo origen desconocemos, barajándose dioferentes hipótesis, no es Indo-Europea. Eso lo sabemos con seguridad, porque el Etrusco es una Lengua de origen desconocido, sin parentesco alguno con las Lenguas que conocemos, y, por supuesto, no es una Lengua Indo-Europea.

Reciba mi agradecimiento por esa condolencia que me transmite sobre el luctuoso suceso del fallecimiento de mi suegro. Creo que los dioses Manes, los de la familia Romanos, y también los Espíritus Cristianos -los Santos y los Ángeles- nos están protegiendo, porque llevamos muy bien el duelo.

Entre otras cosas, he recibido de mi otra mitad, que es Ana, un anillo precioso, con la siguiente inscripción:

D.M.
Pater materque socerque mei R.I.P.
Ana med fhefhaked Antonio


[A los dioses Manes.
Mi padre y mi madre y mi suegro descansen en paz.
Ana me hizo para Antonio]

Todo ello a imitación de la célebre Fibula Praenestina, una preciosa inscripción Latina del 600 aC.

Le envío un abrazo,

Antonio