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ROMAN REPUBLICAN COINS
La Sátira [Sermo] Tercera del Libro Segundo de Horacio trata del tema de la riqueza que se acumula sin sentido, y para no ser utilizada. En realidad, es una idiotez. Les presento un fragmento en el que hablan Damasippus, un especulador arruinado, y el filósofo Stertinius, que ha pronunciado previamente un largo discurso sobre las cuatro pasiones que desequilibran el espíritu humano: la avaricia, la ambición, los placeres, la superstición: estando en la misma línea que Aristippus, porque para él el oro no lo es todo, el mismo oro que él despreciaba, y que, en un acto de sensatez, hacía que arrojasen sus esclavos para aligerar su carga. Queda bien patente en este fragmento lo absurdo de la avaricia.
“Todo, la virtud, la fama, la honra, lo divino y lo humano, obedecen a la hermosura de las riquezas. Quien las haya amasado, será ilustre, valiente, justo, sabio e incluso rey, y lo que quiera”. “Esperaba que esto, como si fuera signo de virtud, le trajera elogios”. “Muy diferente es el Griego Aristipo, que mandó a sus esclavos que se deshicieran del oro en medio del desierto de Libia, porque iban muy lentos, amodorrados por la carga. ¿Quién es más insensato? Nada hace un ejemplo que resuelve un problema con otro".
“Si uno comprara cítaras, y, tras comprarlas, las almacenara, y no le interesaran nada la cítara o la Musa, si un no zapatero comprara leznas y hormas, velas de barco un enemigo del comercio, con razón sería llamado delirante y demente por doquier. ¿En qué discrepa de ésos quien esconde monedas y oro, no sabe emplear lo ganado y teme tocarlo, como cosa sagrada? Si uno, tumbado sin descanso, vigilara un gran montón de trigo, armado de larga vara, y no se atreviera a tocar ni un grano, a pesar de ser su dueño y pasar hambre, y, más bien, comiera, por ahorrar, hojas amargas… no es de extrañar que a pocos les parecería insensato. ¡Cómo no! La mayor parte de los hombres es sacudida por la misma enfermedad”.
Horacio, Sátiras, II, III, 94-114; 120-121
Traducción, con algunos cambios, de Horacio Silvestre en:
CÁTEDRA, LETRAS UNIVERSALES,
MADRID, 1996
……………………………. “Omnis enim res,
uirtus, fama, decus, diuina humanaque pulchris
diuitiis parent; quas qui construxerit, ille
clarus erit, fortis, iustus.” “Sapiensne?” “Etiam, et rex
et quidquid uolet”.“Hoc ueluti uirtute paratum
sperauit magnae laudi fore”. “Quid simile isti
Graecus Aristippus? Qui seruos proicere aurum
in media iussit Libya, quia tardius irent
propter onus segnes. Vter est insanior horum?”
“Nil agit exemplum, litem quod lite resoluit.
Siquis emat citharas, emptas conportet in unum,
nec studio citharae nec Musae deditus ulli,
si scalpra et formas non sutor, nautica uela
auersus mercaturis: delirus et amens
undique dicatur merito. Qui discrepat istis,
qui nummos aurumque recondit, nescius uti
conpositis metuensque uelut contingere sacrum?
Siquis ad ingentem frumenti semper aceruum
porrectus uigilet cum longo fuste neque illinc
audeat esuriens dominus contingere granum
ac potius foliis parcus uescatur amaris,
..................................................
nimirum insanus paucis uideatur, eo quod
maxima pars hominum morbo iactatur eodem ”.
Quintus Horatius Flaccus,
Sermones [Sátiras], II,III, 94-114; 120-121
[STERTINIUS]: “En effet, toute chose, vertu, réputation, honneur, ce qui est de l'homme et ce qui est des dieux, tout obéit aux belles richesses. Celui qui en amasse beaucoup sera illustre, courageux et juste”.
[DAMASIPPUS]: “ Et sage aussi?”
[STERTINIUS]:”Sans doute, et roi, et tout ce qu'il voudra être”.
[STABÉRIUS]: “Espéra donc que sa richesse, étant le prix de sa vertu, lui vaudrait une grande losange”.
[DAMASIPPUS]: “Qu'avait de commun avec celui-ci le Graec Aristippus qui ordonna à ses esclaves de jeter au milieu de la Libya l'or qu'ils portaient, parce qu'ils allaient trop lentement chargés de ce poids? Lequel était le plus fou des deux?”
[STERTINIUS]: “Un exemple ne prouve rien, qui résout la difficulté par une difficulté. Quelqu'un achète des cithares et les met en tas, bien qu'il n'ait point étudié la cithare et qu'aucune Muse ne l'ait doué; un autre achète des alênes et des formes, n'étant point cordonnier; un autre, des agrès ou des voiles, étant ennemi du commerce maritime. Chacun d'eux ne mérite-t-il pas d'être nommé fou et insensé? En quoi diffère de ceux-ci celui qui enfouit son argent et son or, ne sachant point en faire usage et craignant d'y toucher comme à une chose sacrée? Voici un homme couché auprès d'un grand monceau de blé et qui le garde sans relâche avec un long bâton. Il en est le maître, et, mourant de faim, il n'ose en toucher un grain, préférant, avare, se nourrir d'herbes amères”... “et cependant quelques-uns seulement le tiendront pour insensé, attendu que la plus grande partie des hommes est travaillée de la même maladie”.
Itinera Electronica
Du texte à l'hypertexte
Horace, Satires, Livre II, III, 94-114; 120-121
Traduction:
Ch.-M. LECONTE de LISLE (1818-1894),
HORACE, traduction nouvelle, Paris, A. LEMERRE, 1911
19 comentarios:
D. Antonio, amasar, guardar, atesorar... Mis viajes me han enseñado que una ganzúa de oro abre todas las cerraduras. Y su amigo el angloparlante, perdón, no recuerdo ahora su nombre, le diría citando a Liza Minelli en Cabaret: Money make de world go round... Pero, amigo, ¿de qué sirve el precio en la mano del necio si compra sabiduría no teniendo entendimiento? Un gran abrazo.
Amigo Antonio, si quiere mi sincera opinión, y para ser breve, le diré que sólo podemos considerar un bien auténtico aquello que, una vez obtenido, no solamente cubre nuestras necesidades, sino que tiene la facultad de saciarnos. Así pues, ¿de que nos sirve acumular determinada cantidad de dinero o riquezas si nunca va a ser suficiente a satisfacernos? A este respecto, he oído decir que existe un bien cuya apariencia es humilde (pues no hace distinción de clases y a menudo reniega de mostrarse en público, pasando para muchos desapercibido) y que, sin embargo, es capaz de saciarnos y aun de conseguir que nos sintamos felices (ningún avaro es feliz), independientemente de si somos sabios o necios, pobres o ricos, ignorantes o instruidos, fuertes o débiles, humildes o poderosos... Es todo un dios, aunque a veces se esconda en lugares tan recónditos como el corazón del hombre. Dicen que se llama Amor.
Un saludo cordial.
Amigo Antonio, la prudente sabiduría de Horacio, satírica, nos imparte de nuevo otra de sus magistrales lecciones sobre la vida. ¿Acumular, ostentar, comparar, envidiar, poseer...? no es vivir, es una estupidez que conduce a la insatisfacción, una sed insaciable de naderías. Encontrarán las Parcas el cadáver cualquier día, sin aviso, sin haber vivido sencillamente sereno.
Oda XXXVIII de Horacio, traducción de Alfonso Cuatrecasas:
"Odio, muchacho, la ostentación persa. Me disgustan las coronas entretejidas de tilo. Deja de buscar dónde se encuentra la rosa tardía. Cuido solícito que nada añadas al sencillo mirto; el mirto no desdice de ti, mi criado, ni de mí, que bebo baja la densa parra"
El epicúreo Horacio de siempre, y una frase de su maestro Epicuro:
"No es pobre el que tiene poco,sino aquel que teniendo mucho desea todavía tener más"
Excelente meditación nos ofreces amigo, sobre lo que es verdadero en la vida y lo que es superfluo y absurdo. Una lección en forma de sátira eterna que no caduca.
Besitos.
Querido Antonio, respetado profesor: mucho tiempo sin visitarte. Pero siempre te tengo como una referencia imprescindible.
El Ateneo de Torrelodones también se hace seguirdor de tu blog.
Un abrazo
Rafael Mulero
Mi querido Antonio:
He aquí a otro de nuestros favoritos. "Marca de la casa" podríamos ya decir junto con sus hermanos de versos, Virgilio u Ovidio.
Pleno se muestra en su mesura Horacio en esta Sátira, llena de sabiduría y de comprensión filosófica. Parece querer decirnos en palabras actuales "no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita". No, en vano, uno de los tópicos literarios, más recurrentes en nuestra literatura ascética, fue precisamente acuñado por Horacio: "aurea mediocritas", una "dorada mediocridad" que invita a gozar de la vida en su justa medida, sin excesos en los deseos de codicia y ambición que conducen inevitablemente a crear la desgracia y el sufrimiento en los seres humanos.
“Auream quisquis mediocritatem
diligit, tutus caret obsoleti
sordibus tecti, caret invidenda
sobrius aula”.
No me atrevo a traducir estos versos de las Odas de Horacio, siguiendo el pensamiento de la mesura y el sentido común, esto, querido Antonio, se lo dejo a los que saben, nadie como tú, para iluminar nuestros conocimientos. Quede hecha esta invitación, que extiendo a los Epodos, pues, ¡cómo no! el "aurea mediocritas" nos lleva al "beatus ille", a aquel que muestra su elevación espiritual más allá de entender la moderación necesaria, apartándose del mundanal ruido, de las destructivas pasiones humanas: codia, avaricia, envidia, ambición desmesurada, odio... van de la mano, así:
"Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium
paterna rura bobus exercet suis,
solutus omni fenore,
neque excitatur classico meles truci
neque horret iratum mare,
forumque vitat et superba civium
potentiorum limina."
A lo que sí me atrevo, pues parece estar sacudiéndome del brazo, el valentísimo y arrojado poeta ascético Fray Luis, es a aportar los recuerdos que estos tópicos han dejado en su poesía, la influencia de Horacio en estos versos es palpable:
"¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
...
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado."
Y así opina Fray Luis siguiendo la estela de Horacio: el que carece de palacio, también carece de la envidia que despierta. Pues, digo yo, que me parece muy acertado, y siento en mi espíritu este mismo "beatus ille", y por ello busco los senderos antes que los caminos atestados de gente y ambiciones.
La misma filosofía de las Odas y Epodos impregna esta Sátira que contiene la curiosa anécdota de Aristippus.
Acumular riquezas, vivir a expensar de amasar monedas, olvidando para qué, es tan inútil como aquel que compra cítaras y se olvida de la Musa. ¡Qué extraordinarias palabras!
Y sobre todo que grandeza de pensamiento en su humildad.
Mi queridísimo Antonio, me encanta esta filosofía, la comparto y disfruto siempre con Horacio.
Te envío un abrazo gigante, ya lo sabes, tu admiradora Ἑλένη.
Sensatos comentarios. Justos. Y lógicos, que se deben a pensamientos excelsos. Mas reflejan deseos, fines y utopías quizá lejanas, pero no realidad tangible y prosaica. Abogando por el Diablo, y aunque su milenaria sabiduría y su maña no precisen de mis servicios, diré que las riquezas les son ser y sustancia a sus poseedores, con tanta o más justicia que la miseria a los pobres. ¿Quién, de entre éstos, no soñó alguna vez con ser rico? En cambio, entre los otros, ¿hubo alguno que anheló la pobreza? Si tal fue, no era menestar más que dejarlo todo, pero no soñar con ello... Nos cuentan que hay quien lo hizo, como el príncipe Siddhartha, y algún otro, pero, ¿realmente vieron el camino o, más probablemente, sufrieron enajenación, quizá transitoria, de la que más tarde abominaron?
Ama el rico su riqueza, en forma tal que ninguna fuerza en el mundo puede comparársela, y esa unión aglutina alrededor de sí tamañas alianzas que son legión los que, atraídos por ella, la enaltecen, anhelan y respetan. Y estos ejércitos los forman los pobres que en el mundo son. Supuesto que no existen tantas riquezas como para satisfacer todas las ambiciones humanas, o, de haberlas, a todos igualaría, si les quitáramos a los miserables su mísera envidia y anhelo legítimo de prosperar y convertirse en ricos, a más de pobres se les condenaría para siempre a la infelicidad más absoluta, porque, de la misma manera que aspiran a entrar algún día en el Reino de los Cielos, así también anima sus miserables existencias la creencia de alcanzar fama, éxito y dinero, que es su humana condición.
¿Debemos, pues, negarles estas satisfacciones en aras de una igualdad que, en realidad, nadie desea? Mejor será, entonces, que las cosas sigan como están, que disfrute el rico su riqueza, atesorándola y engordándola, y el pobre su pobreza, alimentándola con imposibles que le hacen ser lo que es: pobre.
Espero que ni el Diablo busque venganza por tan débil defensa ni usted, Antonio, tenga muy en cuenta estos desvaríos de un pobre diablo.
Un abrazo.
Amigo Rafael Mulero,
Como bien sabes, aquí tienes un espacio que puedes visitar siempre que quieras, y, si de camino, encuentras algo útil y agradable, ya lo hemos conseguido todo, pues es el lema que, siguiendo el consejo de Horacio, preside este espacio: mezclar lo útil con lo agradable.
Te envío un gran abrazo, amigo mío.
Antonio
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Amiga mía del alma, Elena Pascual, Elena Clásica, Φίλη Ἑλένη, Querida Elena,
Tienes toda la razón del mundo cuando aúnas a Horacio con Virgilio y Ovidio, y los consideras como los tres Grandes. Efectivamente lo son, y pueden hacerle sombra, fresca sombra, a cualquiera que se les acerque.
Te pasa a ti, amiga mía, lo mismo que yo pretendo que me pase a mí, que me gusta relacionarme con los Grandes, aunque yo lo hago desde la modestia de quien tiene mucho que aprender, y tú lo haces desde el conocimiento sólido que tienes de todos ellos, cosa que hace ti una mujer más que excepcional, con un dominio de los recursos todos que más de uno y de una quisieran.
Tu visita a este espacio es un acontecimiento siempre esperado y siempre bienvenido, porque los textos que aquí se editan adquieren, con tus comentarios, mucho de la grandeza y la decoración que se merecen, porque tú transmites Cultura y Elegancia a raudales.
Hablas, nos hablas, de la aurea mediocritas de Horacio, que, desde siempre se viene traduciendo por la “áurea o dorada mediocridad”. A mí me gusta más la “medianía –el término medio- de oro”, porque la palabra “mediocridad” tiene en nuestra Lengua, como sabes tú mucho más que yo, cierto aire despectivo, como si estuviese algo devaluada, cosa que no ocurre con el término Latino “mediocritas”.
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En un gesto de elegancia y de modestia, me dices que no te atreves a traducir esos versos. Yo tampoco, amiga mía, porque esos versos son de sobras conocidos, y hay que dejarlos tal como están, sin traducirlos, para que no pierdan nada de su magia. Cualquier intento de traducción sería como pretender violentar a una doncella virgen.
No obstante, como no todo el mundo tiene por qué saber Latín, dejo aquí una traducción que no es mía, sino de algún autor que desconozco. Es la Décima del libro Segundo.
Vivirás, Licinio, más rectamente si no tiendes constantemente a altamar y no te ciñes demasiado a la orilla, poco seguro en un horror prudente a las tempestades. El que escoge la mediocridad dorada tiene la seguridad de que le preserva de la sordidez de un techo humilde y está lejos de un palacio sujeto a la envidia. Los vientos sacuden con más frecuencia los gigantescos pinos, y las torres elevadas se derrumban con más estrepitosa caída, y los rayos azotan con más facilidad las cumbres de los montes.
Ten esperanza en la adversidad, y teme la suerte contraria en las prosperidades con el corazón bien prevenido. Júpiter trae los deformes inviernos, y es él también el que los aleja. Si el presente es malo, no quiere decir que lo sea el porvenir. En ocasiones Apolo despierta con las cuerdas de su lira la Musa silenciosa, y no siempre tiende el arco.
En los momentos difíciles, muéstrate animoso y fuerte: pero has de tener también la prudencia de recoger velas si un viento favorable las hincha demasiado.
http://www.edualmuc.org
http://www.edualmuc.org/encicloapuntes/bachillerato/latin/latin_horacio_odas.pdf
Seguidamente, amiga Elena, nos traes a colación el Beatus ille, famoso Épodo entre los famosos, y la celebérrima traducción de nuestro Fray Luis de León que inmortalizó ya para siempre el poema de Horacio y sentó como definitivo el tópico del “Beatus ille”.
Me vas a permitir que disfrute de la lectura del poema Horaciano, en su texto original Latino, que me remite a mis años dorados de una adolescencia que considero más que gratificante, cuando yo me enfrentaba por vez primera a Horacio; me vas a permitir –decía- también que me regocije con la traducción de nuestro Fray Luis que, aunque no concuerde con las técnicas y costumbres actuales de traducir a los Clásicos, nada tiene que envidiar a ninguna otra, anterior o posterior.
Y, como puedes imaginarte, amiga Elena, sería por mi parte un acto de impiedad imperdonable que yo me atreviese añadir o quitar algo a quien sabía más Latín que cuarenta o cincuenta de los mejores juntos.
Ha sido, como siempre, mi querida, un enorme placer dedicar mis pensamientos a compartir y disfrutar de tus grandes conocimientos, y de tu empatía y simpatía con todo lo que haces.
Te envío, Querida Elena, mi agradecimiento más que sincero, mi admiración, y mi afecto más noble, junto con la expresión de todo ello, que es un a brazo gigante.
Antonio
Amigo Don Alfredo,
Tiene Vd. más razón que un Santo cuando dice que una ganzúa de oro abre todas las cerraduras, y, citando a Liza Minelli, que Money make de world go round. En efecto, estamos, mal que nos guste, en un mundo en el que Buen caballero es Don Dinero. No debería ser así, pero, se dice por ahí, la Realidad acaba imponiédose, y no hay fuerza ni obtáculo que se imponga al poder del dinero. Puede uno hacer Filosofías de las que quiera, pero, a fin de cuentas, todos, o casi todos, no tenemos más remedio que, aparte de tener nuestros dioses particulares, y decentes, adorar también al omnipresente oro, al que no se le resiste prácticamente nada.
Ya lo decía Salustio, por boca de Jugurta que Romae omnia uenalia [En Roma todo se puede comprar], y alguien añadio que la misma Roma se podría vender, si encontrase un coprador.
Tiene Vd. razón también, cuando dice que hay cosas que no se pueden comprar, como lo es la inteligencia y, añado yo, también la salud.
Le envío un gran abrazo, amigo mío.
Antonio
Amiga Natàlia,
Poco y bien poco puedo yo añadir a lo que dices tú en tu comentario. En efecto, nos citas al mismo Horacio, la Oda XXVIII del libro primero, en la que desprecia el lujo asiático, identificado en este caso con Persia, Oda que no puedo resistirme a dejar en su texto original, junto a la exquisita y definitiva traducción de nuestro admirado colega Alfonso Cuatrecasas, que nos regalas tú, amiga mía.
Persicos odi, puer, adparatus,
displicent nexae philyra coronae,
mitte sectari, rosa quo locorum
sera moretur.
Simplici myrto nihil adlabores
sedulus curo: neque te ministrum
dedecet myrtus neque me sub arta
uite bibentem.
http://www.hs-augsburg.de/~harsch/Chronologia/Lsante01/Horatius/hor_c138.html
Dos estrofas sáficas que lo mismo que tienen de breves tienen de grandioso.
Y luego esa frase de Epicuro, el gran maestro de Horacio, que, según nos cuenta él mismo (Epistulas, I, IV, 16), se consideraba a sí mismo un
Epicuri de grege porcum
[Un cerdo del rebaño de Epicuro]
http://www.hs-augsburg.de/~harsch/Chronologia/Lsante01/Horatius/hor_ep04.html
Pues sí, amiga Natàlia, es mucho, y muy importante lo que nos queda todavía que aprender de los Clásicos, nuestros Clásicos, y fundamentalmente, creo yo, aprender a no esperar de la Vida más de lo que ésta puede darnos, que es la misma Felicidad.
Te envío un gran abrazo.
Antonio
Amigo Don Carlos,
Atina Vd. cuando dice que lo único que nos puede satisfacer, y, consecuentemente, lo único que se puede considerar una riqueza es aquello que nos puede dejar satisfechos, cosa que no ocurre con el oro, ni el dinero, porque las riquezas nunca son suficientes, y el avaro siempre quiere más, cosa que no ocurre con el Amor, porque, éste sí, nos puede dejar satisfechos. Bueno…bueno, habría algo que objetar, porque, como Vd. mismo nos ha dicho en un artículo reciente en ,Quien bien te quiere, te hará sufrir, el Amor va parejo con el Sufrimiento, y, si no hay sufrimiento, no hay auténtico Amor.
Veamos las cosas en su conjunto y analicemos el bosque, sin detenernos demasiado en los árboles, porque ahí vendría ahora el Epicúreo Griego que nos diría que la auténtica Felicidad se consigue en la carencia de necesidades, y, en cuestión de necesidades, cada uno se impone las suyas propias.
Pienso yo que el dinero y las riquezas son un medio para adquirir la Felicidad, pero, por sí mismas, no proporcionan Felicidad alguna, pero todos tenemos que convenir en que una mínima cantidad de recursos, en el mundo en que estamos, es necesaria para una vida digna.
A mí, más que la Felicidad, me gusta definir la Infelicidad y utilizo la siguiente máxima: la Infelicidad viene definida por la distancia que hay entre aquello que tenemos y aquello a lo que aspiramos. En consecuencia, y en esto estaría de acuerdo el Filósofo Griego, cuanto menos abarcan nuestros deseos, mayor es nuestra dosis de Felicidad.
Es éste un tema que da para mucho, pero no es ahora el momento ni el lugar para grandes disertaciones filosóficas. Quizá mi Felicidad ahora mismo consista en darme un paseo por la calle, y tomarme un par de cañas de cerveza: es lo que el cuerpo me pide, y lo que voy a hacer.
Le envío, amigo mío, un gran abrazo.
Antonio
Muy inteligente y acertada, amigo Antonio, la respuesta que ha dado a mi comentario. Y estoy de acuerdo en que este no es el lugar para grandes disquisiciones filosóficas. No obstante, quisiera apuntar que, si "la Infelicidad viene definida por la distancia que hay entre aquello que tenemos y aquello a lo que aspiramos", quien ama de verdad por fuerza ha de sentirse satisfecho con el bien que tiene puesto que no le es posible aspirar a más. Quien gana un millón, de inmediato puede aspirar a ganar dos, y luego tres, y después mil, pues el ansia de riquezas no conoce límites. Sin embargo, si alguien ama a una persona concreta, pongamos como ejemplo, y goza plenamente de ese amor, objetivamente no le cabe pretender nada más, pues esa persona, como cualquier otra, es única y, para sus corazón, irreemplazable. Observe a este respecto que en cuestión de sexo nuestro deseo pueden ser tan insaciable como lo es el ansia de riquezas para el avaro, porque precisamente no se aspira a lograr a la persona (el amor de la persona), sino al cuerpo como mero objeto de placer, el cual, más pronto que tarde, nos acaba cansando y tendremos la necesidad de reemplazarlo por otro, en una cadena sin fin.
Por consiguiente, me reafirmo en la tesis de que el amor es lo único capaz de revelarse como un auténtico bien a la hora de satisfacernos y hacer que nos sintamos felices. Lo que ocurre es, tal y como se deduce de lo expuesto en mi blog, que dicha felicidad tiene un precio y está sujeta a muy diversas contingencias de todo tipo, cosa, por otro lado, muy natural, pues una felicidad completa y sostenida en el tiempo, por la propia condición adaptativa del ser humano (porque a todo nos acostumbramos), parece inconcebible. Ni el sufrimiento ni la felicidad extremos pueden mantenerse de un modo continuo, va contra las leyes de la física (la culminación de ningún proceso, aunque sea psiquico, puede sostenerse de un modo indefinido) y es más de lo que un ser humano podría soportar.
Así pues, la persona que ama estará expuesta a todas las contingencias de nuestra mísera condición (el amor no te hace inmune al dolor ni te convierte en un dios), pero, en la medida en que sea capaz de obtener el bien que desea, podrá sentirse plenamente satisfecha por ello, cosa que no le ocurre, como es el caso de que se trata, al avaro.
Un gran abrazo.
1/2
Observación previa:
Don Carlos Hernández hace una profunda exposición sobre el Sufrimiento y el Amor. Como en un par de comentarios publicados por él en mi Blog, a propósito de una Sátira de Horacio, también nos trae a colación este mismo tema, he optado por publicar el siguiente comentario en ambos lugares.
Amigo Don Carlos,
He tardado algunos días en comentar este excelente tratado suyo, que lo es, sobre el Amor y el Sufrimiento, porque el tema no podía ser comentado a la ligera, ni de lejos. En efecto, ha tocado Vd. los dos pilares principales en los que se basa la existencia humana: el Sufrimiento y el Amor, y, según nos recuerda Vd., ambos van paralelos, y, además, se coordinan perfectamente.
Si tenemos en cuenta que lo vivo es esencialmente tensión previa a la relajación consiguiente, y que los más hondos sentimientos y sensaciones son consecuencia de la absentia [ausencia] de algo, del reconocimiento de nuestra imperfección y finitud al fin y al cabo, de nuestras limitaciones, para luego ser satisfechas, ya tenemos la clave de lo que es nuestra Vida en general, incluidas la relaciones de Amor y también las de sexo, y las propias de la conservación del individuo, como puede ser el comer.
Si fuésemos totalmente perfectos y autónomos, no necesitaríamos de nada, ni siquiera de nadie, pero el resultado de nuestra imperfección y nuestras limitaciones nos obligan a buscar el apoyo de algo o alguien externo a nosotros, que sea capaz de suplir lo que nosotros no tenemos. Y esto, creo yo, tiene valor y vigencia universal, porque, para salirnos del tema y recurrir a ejemplos externos, piensa el avaro que no es suficiente con lo que tiene, y por eso desea más, y cree el adicto al sexo que el impulso sexual es infinito e insaciable, y pretende que lo que debe ser un instante se convierta en una eternidad, cosa que es una contradicción más que absoluta, porque todos sabemos de aquel dicho medieval que afirma que omne animal post coitum triste, queriendo significar con ello que todos los deseos, quizá con la única excepción del Amor, una vez satisfechos, deben permanecer en estado de relajación o descanso, salvo que estemos ante una personalidad enferma o desviada, como es el caso del glotón, del avaro, y otros tantos.
2/2
Afirma Vd. que el Amor nos hace sufrir. Y es verdad, pero es un sufrimiento agradable y placentero -¡menuda contradicción!-, porque, cuando estamos en la fase del enamoramiento, nuestro espíritu flota, y nuestra visión de la Realidad queda deformada, como si viviésemos en otro mundo. Decía nuestro Ortega y Gasset que el enamoramiento es una especie de locura transitoria, pero es una locura agradable, que se deja querer y se desea.
Tampoco podemos perder de vista que el Amor es un deseo de fundirse con la otra persona, a la que idolatramos y admiramos, y es en esa fusión donde creemos nosotros que está la Felicidad, lo que, por bueno y agradable que sea, no deja de ser un gran error -¡Bendito error!-, porque, como he dicho antes, la imperfección y la idea de no acabado forman parte de la más íntima esencia del ser humano; y, claro, si esto no fuera así, seríamos como dioses, y nuestra vida sería de lo más aburrida, porque, según pienso, lo que realmente proporciona placer es la satisfacción de un deseo o la complementación de una deficiencia.
Aún a fuerza de pecar de inmodestia, voy a poner un ejemplo basado en mí mismo: cuando mi vida pasaba por tiempos económicamente peores, y no disponía yo de recursos suficientes para comprarme todos los libros que hubiera deseado, la adquisición o el regalo puntual de un buen libro me producía un placer y una satisfacción increíbles, cosa que, cambiadas las circunstancias no me ocurre ahora, porque ahora me puedo comprar todos los libros que necesito y quiero, y ésta es una norma de mi vida: me limito y me limitaré en otros gastos, pero en libros no.
Quiero, antes de finalizar, destacar un punto que me parece esencial en la práctica del Amor: en el encuentro Amoroso, también en el Erótico, se aúnan y se identifican dos personas, lo que significa dos voluntades, y, como resulta que, en condiciones normales, nunca podemos apoderarnos definitivamente de la voluntad del otro, porque ésta le pertenece exclusivamente a él, o a ella, siempre podemos tener el miedo o la sospecha de que “eso” pueda no ser tan eterno como nos lo prometemos, y ello hace que no debamos “bajar la guardia”, para poder perpetuar ese momento infinito”.
Finalizo este comentario indicándole que, a mi entender, su reflexión, la suya, Don Carlos, bien podría figurar en El Banquete de Platón, sin que desmereciese en nada a lo que allí se dice sobre El Amor.
Le envío, amigo mío, mi Felicitación y un gran abrazo.
Antonio
Para quien no tiene otra cosa, las riquezas sin duda lo son todo. El que no sabe discernir quien es rico y quien es pobre, medirá el triunfo por el valor de sus bienes, sin pararse a juzgar como han sido conseguidos.
Pobre rico, que no tiene más que dinero, decía alguien.
No son despreciables las riquezas, sino que es despreciable aquel que las antepone a cualquier otro valor.
Solo me cabe decir, amigo Antonio, que considero sus palabras un digno complemento a lo expuesto por mí, tanto en mi propio blog como aquí mismo, en los comentarios a la sátira de Horacio. No siento la necesidad de añadir nada más ni mucho menos de ponerme puntilloso, ¿para qué vamos a marear más la perdiz? Me ha gustado mucho, en líneas generales, su razonamiento. Le felicito, igualmente.
Un fuerte abrazo
Amigo Profesor Don Javier,
Es Vd. un torrente de pensamientos y un volcán en erupción: nosotros, los unos, moviéndonos por entelequias e ideas Platónicas, con buena dosis de utopía y deseos no cumplidos, enmascarando la Realidad pura y dura, e intentando ver blanco donde hay negro, y ver día soleado donde hay noche profunda; y dándole la vuelta a las cosas, objeto como somos de lo que ya Fedro, y, antes que él, Esopo, nos dejó dicho en la fábula de las uvas que no estaban maduras, cuando la Realidad era, y es, que no estaban a nuestro alcance.
Sí, amigo Don Javier, tiene Vd. más razón que un Santo, sea quien sea, porque, me imagino yo, Vd., al igual que yo, cree menos en los Santos que en la posibilidad de un pobre de enriquecerse, o en el deseo de un pobre de continuar en su pobreza, o el de un rico en la de cambiar a pobre.
Hay un punto de su argumentación, que es sólida y contundente, que yo no comparto, y es esa ἀταραξία [ausencia de turbación e inactividad, imperturbabilidad] de que hacían gala algunos Filósofos Griegos, cuando tenían que enfrentarse a la adversidad.
Si no tenemos más remedio que soportar que el rico siga siendo rico, y que los pobres tengamos que seguir siendo pobres, lo soportaremos y lo aguantaremos, pero ello tendrá que ser después de haber enseñado las uñas y los dientes a nuestros enemigos, que son todos los que tienen más de lo que necesitan, a costa de los que tenemos menos de lo que necesitamos.
En este sentido, no me queda más remedio, o, mejor dicho, placer, que alabar la valentía y el coraje de todos los Revolucionarios que ha habido en nuestra Historia, y que Vd. conoce, por profesión y estudios, mucho mejor que yo. Ahí tiene Vd. a los dirigentes de la Revolución Bolchevique, y a todos los luchadores que participaron en la Komintern, la Tercera Internacional, la Internacional Comunista, en su intento inteligente y tenaz por repartir entre todos lo que es de todos, aunque, como es bien sabido, no haya dejado en todo momento de ser una utopía, porque sus fines nunca llegaron a buen puerto, y mucho menos con la maldita caída esa de sus sucesores, que se centraban en la Unión Soviética.
Y es que tenemos que admitir que en este mundo en el que vivimos hay muchas injusticias, pero me parece a mí que no debemos nunca renunciar a la lucha feroz por restablecer el equilibro y despojar a los ladrones, todos, de todo lo que han robado. Y claro, para conseguir estos objetivos, tal como están ahora las cosas en nuestra Piel de Toro, que dijo Estrabón, no hay que irse demasiado lejos, porque el enemigo lo tenemos en la propia casa.
Vd., Don Javier, ha hecho un alegato con las alas caídas, resignado; yo he intentado hacer uno enseñando los dientes y los puños, para utilizarlos, si es necesario. Y no continúo más, porque corro el riesgo de traer a colación Ekaterimburgo… Vd. ya me entiende: muerto el perro, se acabó la rabia.
Le envío un gran abrazo, amigo mío, un abrazo solidario.
Antonio
Amigo Don Cesar,
Hoy, el otro día, se nos ha puesto Vd. en plan filosófico, pedagógico, y he de confesarle que comparto totalmente sus ideas y sus planteamientos. En efecto, pobre y desgraciado es aquel que no tiene más valores que las riquezas, porque las riquezas, por sí solas, ni dan ni ayudan a la felicidad. Tener riquezas y adorarlas es una nueva forma de esclavitud, y, en general, los que son muy ricos, suelen morir también muy solos, privados del afecto y el cariño de sus congéneres, que sólo están deseando que se mueran para heredar todo lo heredable.
Yo he visto a millonarios que han muerto en la miseria afectiva, como perros despreciables, y sobre cuyo cadáver no se ha liberado ni una lágrima auténtica, sólo sollozos falsos que, en realidad, lo que encubrían era una alegría disimulada.
Pero también hay que ser conscientes de que, en el mundo en que estamos, un mínimo de recursos económicos es imprescindible para vivir dignamente. Todo lo demás sobra.
Y ahora la cita Clásica, para no perder la costumbre: Decía Plauto en una de sus comedias, y no me pregunte Vd. cuál, porque no tengo ganas de buscarlo ahora, lo siguiente:
Pobre es el que no tiene nada, pero tiene a quien pedir, pero más pobre es el que no tiene nada ni tiene a quien pedir.
¿A que es bonita la frase?
Le envío un abrazo, no vinero, sino rico en ilusiones, amigo mío.
Antonio
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